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Baños turcos

Entró al baño turco, la que le daría el baño de espuma, ordenaba los cuencos y agua jabonosa. En el medio de los bancos largos que dividía la sala de azulejos azules y blancos, un par de hombres hablaban entusiasmados  en planes financieros.

Una chica reposaba sus posaderas más lejos y caía displicente una toalla, que dejaba entrever sus senos pequeños.

Una señora más voluminosa en al esquina, parecía sumida en otro mundo. 

La chica se acercó, la invitó, a que dejara su toalla a un lado y se acostara, la asistente tenía una bata blanca pequeña, donde asomaban unos brazos fuertes.

La joven dejó tímidamente la toalla y se puso boca arriba, como le indicó. Hizo una gran espuma y la empezó a restregar las piernas, dando un masaje muy relajante. Se sentía una sensación rica. Los hombres, hablaban más suave o habían detenido su charla.

Ella se entregó al juego de las manos, que con un paño de algodón burbujeaba entre sus senos, su piel se comenzó a irritar, ya que es más delicada en esa parte, en el idioma más universal, trató de que se detuviera, pero no surgió efecto. La asistente seguía subiendo y bajando y ella debió resignarse, al dolor que le estaba produciendo, más tarde se vería en el espejo, cuan quemada le había dejado la piel. Luego su mente se activó en un sin fin de lindas ensoñaciones, hasta que oyó que debía ponerse la toalla para dirigirse a la siguiente sala donde un aceite tibio recorrería su cuerpo