Sutil efervescencia tenerte,
a milímetros incalculables,
susceptibles a cada deseo,
testigos mudos de un lenguaje nuevo.
Es odioso el reloj
que me condena a tener
y no tener
tu exquisito pestañeo,
que me esclaviza.
Me condena.
¡Ay amor!
Ojalá se marchiten los centímetros,
y se desvanezca el tiempo,
para entonces
poder conjugarte eternamente.