Raúl Daniel

El Poeta Loco

El Poeta Loco

 

Un poeta loco se paró en la esquina,

a vender sus versos, que nadie quería;

y, en su tonta, loca y tenaz porfía:

los daba igualmente... a cambio de nada.

La gente reía...

 

Pasaban los días... casi no comía;

repitiendo siempre las mismas palabras,

a los transeúntes o a los cocheros

que ante él pasaban:

 

“– Señores: Yo soy un poeta  extranjero,

he puesto mi alma en estos papeles,

son muy bellos, dicen otros (que conocen),

y no tienen precio...

pero sólo espero, a cambio de ellos,

un poco, muy poco, escaso dinero.”

 

El sólo pretende para su sustento.

 

Y la gente ríe, tomando el mensaje

y, aunque bien entienden de lo que se trata,

son muy pocos, ésos,

los que ponen mano dentro de sus bolsos.

 

La gente se ríe

y el poeta tonto no se da ni cuenta,

no piensa en la venta,

sólo se contenta

conque lo atiendan y tomen la hoja...

¡que tal vez ni lean!

 

Habla de la vida su dulce poesía,

no  es filosofía,

es canto amoroso, grito de alegría,

es calma y reposo para el caminante,

es meditación, oración y gozo.

 

La gente se ríe porque nada entienden

y creen que es la vida lo que están viviendo,

e ignorantes corren, corrompiendo el poco

pedazo del alma que aún les queda limpio...

y llaman de loco... al poeta rubio...

y nadie percibe... el brillo en sus ojos...

 

Es la luz divina

del Hijo amoroso del Dios de los cielos;

que habita dentro, junto con los versos

del poeta loco.

 

Eso es lo que entrega con su poesía;

¡lo único que tiene!

y que pocos quieren;

dando las monedas, esas que molestan

o sobran ¡a cambio de tanta valía!

 

La gente no sabe todo lo que cuesta

hacer poesía...

¡Por eso se ríe!

 

Las noches de insomnios...

la ausencia...

las penas...

las diez mil traiciones:

¡fétida gangrena

que, colmando el vaso,

la sangre envenena! ...

el renunciamiento,

obligado y lento,

y ¡el violento choque de los sentimientos!

 

La gente que pasa, tomando sus versos,

algunos los leen, pero se van lejos;

otros, los que ríen, implacablemente

y a los pocos pasos,

arrugan, burlones, el papel crujiente

¡o lo hacen pedazos!

 

¡Oh, poeta loco, tú no mires eso!

y sigue haciendo esto, en que estás muriendo;

tal vez...

una niña o un joven los lean,

y toques sus almas...

y entonces comprendan

¡Y amen!...

y no hagan sus vidas: carrera,

mercado, hacienda, moneda...

ni plata... ni oro... ¡ni piedra!

 

Ríe tú, poeta,

¡ríe cómo loco!, dame...

dame tu poema

y tómalo todo,

este vil dinero que llevo conmigo,

¡no estés sorprendido!,

Dios me lo ha exigido...

¡Yo soy otro loco!