Pero supongamos que no vuelves,
que las heridas, abiertas, no se dejan cicatrizar,
que la nieve, dulce en su día, tornase amarga,
y que sus gotas pesan, penetran y se clavan.
Y al anhelo de la vida única, inefable
le prosigue al segundo un acérrimo dolor.
Un error de años, y años de esperanza
para dejar un hierro de lanza fermentado a mi corazón.
Alejaste tu cuerpo y tu pensamiento
mientras tu recuerdo me cubría, tu aliento.
Cómo poder olvidar aquello que nació conmigo.
Amor te llamaban y nombre de mujer te di.
Celosos, enfermos miraban los dioses mi constancia,
mi inmunda devoción por el dolor, mi arrogancia.
Paupérrimo y anclado en mis migajas
cuando miro con ojos mundanos esta sublime manta.
Se eleva el velo sobre el suelo y acerca
sus transparentes verdes labios a mis oídos.
Entonces suplico sus servicios,
y ella rodea mi cuello y me quiebra la garganta.