Raiza N. Jiménez E.

Entre Silencios y Gritos

 

¿Qué significa este rudo silencio si no te escucho allí
en esa brisa, que antes, presta me traía tu nombre en sus cantos?
¡Por Dios! Ahora no hablas para mí y para ti, desde tu verbo y
muero en la orfandad de un silencio sepulcral que castiga.

Yo no sé qué se hizo ese verbo mío, antes dedicado a todos
tus desvaríos y a los míos…no lo sé, no encuentro en la calle,
en el camino, ni en las nubes, palabras que aquieten mis deseos
por tu larga ausencia…

Te apareces, te prolongas en cada sílaba que pienso
pronunciar y, se queda atrapado en mi garganta un grito.
Es el grito primario del dolor agudo por tu silencio...
Triste compañera es la quietud de tu alma que castiga.

Te prologas en cada texto que se me acerca, en ellos te veo.
Nada pudiera hacer mi corazón para no vibrar de temor ante
la gallardía que lo reviste cuando se aproxima a tu rima…
Mi corazón es traicionero, no obedece a mi razón y me desnuda.

Tu hombre de hielo, eres el dios caído donde puse mis anhelos.
Nada me redime, nada me castiga, porque siempre fue amor…
Siempre en ti, perseguí un tú ajeno, extraño, mi tú creado…
Hoy con certeza lo veo, eres un todo mío, creado de la nada…

Por aferrarme a ti guarde en mi alma un brillante opacado
por una vida revestida del barro callejero, que empañó su luz.
Me he empeñado hasta morir de pena, por un valor que por ti
fue desestimado con odios, ultrajes y desdenes inimaginados.
Y pensar que todo lo puse en juego por el amor que te profesé…

¡Lastima! Ciertamente, te amé como se aman a los dioses…

Raiza N. Jiménez,