Samuel Santana

Ausencia

Hoy me he levantado sin ganas de nada.

¿Sobrevivir a los días?

Solo miro la ventana grande.

Con la maleta de cuero y el paraguas oscuro por ahí se marchó a pesar de la lluvia.

 

Cuando el amor se acaba la golondrina llora y el cielo se enturbia.

Se fue sin pensar en el alma rota,

 triste, agobiada y en las orquídeas sin agua.

Dondequiera esté, será mi sueño, mi luz, mi ilusión y mi amanecer.

 

La veo en las cosas: el gato adormilado en el sofá,

 el corazón de papel, el sol crepuscular,

la luna en el techo y la flor en el trigal.

 

Me gustaba sentada al espejo componiendo el pelo avellanado,

las cejas finas, la boca carmesí y las pestañas arqueadas.

Solía acercarme y rodearla en los brazos hasta empaparme del olor de su piel.

 Su voz suave al oído elevaba al infinito.

 

Por entre corredores y begonias veo sus huellas.

Desde la ausencia me he privado de la alcoba.

En esta solitaria buhardilla paso días vigilando

 el camino como centinela de fortaleza encalada.

Cuando acierto a dormir la veo en la nube

jugando con el canario en su percha dorada.

Un lucero sonríe y estrellas danzan.

 

Inmensa melancolía.

Difícil encontrar paz en este desasosiego.

 ¿Quién, pues, conoce el silencio del mar como tú?

El viento silva entre árboles,

muero de frío y extraño el manantial donde abrevaba en días sedientos mientras silenciosa miraba con tus ojos de águila salvaje.

 

Cuanto daría por alcanzarte, tenerte, tocarte y amarte.

Lo anhelo.

De volver, de rodillas pediría perdón y llenaría de calor y ternura tu piel.

 Y te enseñaría el percal con tu nombre entretejido.

No cerraré la ventana.

Vuelve y entra por ella.

 

Marinero, amigo del alma, de encontrarla entre olas,

 dile, por favor, que un corazón por ella suspira y agoniza en amargura.

 Convéncela con coplas y versos de ensueños.

Hazle saber que la ausencia es un enorme vacío.

Sin pensar en el tiempo, yo aquí, parado en la arena ceniza,

 esperaré siempre hasta ver tu barco.