Cristian Roch

Pasos vitales

Acabo de nacer, expulsado por la cavidad de la vida, comienzo a oír murmullos. Poco a poco, comienzo a distinguir voces, a comprender el vocabulario empleado en mi nuevo hábitat. Con nitidez, puedo oír a mi madre decir: “Se llamará…”. Pero, ¿por qué no me ha preguntado?

Nueve años he cumplido, me encuentro gozando de mi niñez, bueno, “gozando” es un decir, solo recibo órdenes. Si me levanto en clase soy castigado, si hablo sin levantar la mano también. Algún día seré mayor…

 

Del párrafo anterior a éste, han transcurrido ocho años, sí, puede resultar incrédulo, pero el tiempo pasa cada vez más deprisa. Con diecisiete años, estoy a punto de finalizar mis estudios básicos, he decidido que no asistiré a la universidad, en realidad no lo he decidido, mis padres, a pesar de su sacrificio, no pueden afrontar tal desembolso. Empiezo a desconfiar de la vida…

¡¡Treinta y una primaveras!! ¿Cómo he llegado hasta aquí? Todo pasa muy rápido, pensé, que llegado a esta etapa disfrutaría de mayor libertad, que sin una total exactitud, llegaría a vislumbrar parte de mi futuro, aunque sea cercano. No me alarmo, la vida es larga…

En veinticuatro meses, llego al medio siglo, esto es muy diferente a lo que me había imaginado. Con cuarenta y ocho años, recibo más órdenes que a los nueve, pero debo comer, por lo tanto aceptarlas, ya no puedo acudir a mis padres…

 

Sesenta y cinco años, en este momento mi mayor enemigo no son las cataratas, ni el lumbago o la tensión, sino el estado, el gobierno. Me tratan como a un estorbo, no pido caridad, sino coherencia y mis derechos. Que agotador está siendo este trayecto, pero también admito una cosa, mañana cumplo setenta y seis años, y puedo decir, que la vida tiene muchas cosas bonitas, nuestro error radica en las “expectativas”.

¡Uf, ochenta y seis años ya! Soy feliz, y si mañana abro los ojos, lo seré más aún.

 

                                                                                                                               Cristian D.