Nikolaos

A la muerte

     Muerte, oh, amarga muerte,
ladrona que me arrebataste a mi querida
y me dejaste lejos de ella en inapelable sufrimiento;
     desde las entrañas de la tierra inerte
abominabas oírla reír, rebosante de vida,
y la arrastraste a tu reino de odio, penas y lamento.

     Muerte, tan acerba y fuerte,
que infligiste a mi enamorada tu mordedura,
¿acaso ya estás saciada?, ¿sientes hastío?
     ¡Ay!, que no me abandone la suerte,
ahora que han huido de mí años de ventura,
y he de estar solo en invierno y en estío.

     Ya se cierne tu sombra sobre el lecho
de neonatos y ancianos,
silenciosa, como un animal.
     Siegas la vida cual si segaras helecho
con despiadadas manos,
calma ante el bien o el mal.

     Éramos dos, mas compartimos amor, compartimos dolor;
oh, nuestro amor fue un alma que en dos cuerpos habitó,
un corazón que latió en dos almas.
     Esa fue la razón por la cual te la llevaste; captaste su olor,
oculta tras la hierba, y el peso de mis lágrimas me abatió
al verla tendida y tocar sus palmas.

     Sobre las nubes del cielo allá encima, teñidas de albo color,
o bajo el piélago de corriente encrespada,
en tu lóbrego feudo, del cual nadie ha retornado,
     la buscaré. Bajaría al país de las tinieblas y abrasante calor,
falto de espuelas, cota de malla o espada;
aun sin la ayuda de un guía o un dios encarnado.

     Espero que estés satisfecha,
aunque cómo quisiera que un día
tuvieras que compartir mi desdicha,
     aquella que solo me acecha,
aquella que tornó mi alma baldía;
me daría gusto, la verdad sea dicha.