Norberto p.p.

Mi otro «Yo».

Fue una tarde plateada de otoño
veintidós, los rayos del sol buscaban
mi frente. Una tarde que no podía
abandonar. Caminé por los pasillos con
sombras de árboles, de muros, de
pájaros, antes del ocaso; y con hojas
que murmuraban cada paso que a
su esperanza me destinaban.

 

Prescindía del tiempo, escuchaba el
canto de ninfas aves y no pretendía
encontrarme con espejos ni mirarme
en sus ojos cándidos que señalaron
mi existencia a su presencia, desde
aquella vez que lloraban cuando la
vida le robaba ilusiones.

No pude contener el frío de inquietud
y ternura que ella fusionaba, y hasta
ahora sigue dando a corazones.

 

Las palomas se musitaban, el sol
se tumbó. Retornó la víspera gris
en nuestra banqueta, sus ojos claros
dejaron de llorar y se vieron en los
míos. Le regalé la sonrisa que inventé
en sus labios, le enjuagué su rostro
con el pañuelo de mi alma y le dije:
«Ojalá el destino me dé la oportunidad
de compartir las palabras que hoy,
entre tanto, he callado».  Y el mudo
murmullo de su boca me decía que
sí con su canto; callada, tímida y con
pena: la había dejado el amor que en
mí ya se había engendrado.

 

Al caer la oscuridad durmieron sus
hojas los rojos cornejos, el arce y el
zumaque. Iban y venían miradas
a todas partes, risas calladas, ilustres
con antifaces. Se fue ella y todo se fue.
Pasó el tren de la tristeza y me
llevó al lugar más lejano de mí.
Mi otro “yo” se quedó en otra parte: 
en la visión de sus niñas tristes, en
el secreto de su alma, en su clave
perdida; en sus ayeres tardes, 
en su historia de amor y
en el momento; en ella, con nostalgia
y sin mí.

 

 

Ahora, ¿cómo explico a mi \"yo\"

dónde está mi \"yo\"?