benchy43

ODA A LA SOPAPA

Ya casi es mediodía y aún en la calle la escarcha
es un quejido que emerge a cada paso.
El césped tiene un verde matizado de blanco.
El aire es un azul que se respira.
En la esquina están los albañiles, los de siempre,
o los de hace unos meses, por lo menos. Silban, cantan,
se mueven, se esfuerzan, se ríen.
Siento respeto por los albañiles.
La florista ha sacado ya una carretilla de colores
para que el tenue sol entibie hojas, pétalos, tallos
y las plantas se sonrían.
Ella también sonríe. Las floristas se contagian de las flores,
los albañiles –tal vez- de las floristas. Por eso silban y cantan.
Cruzando la calle, en la otra esquina, hay una ferretería.
Allí han abierto muchísimos negocios y así también los han cerrado.
El ferretero es un hombre de lo más amable. Gordo y amable.
Yo escribo poemas. Y a veces, muy de vez en cuando, como ahora,
me compro una sopapa. Insulsa y muy poco atractiva la sopapa.
Pero claro, no tiene que ser bella, tiene que ser útil.
(Y hay tantas cosas lindas que no sirven para nada).
De regreso un perro persigue a un gato y no lo alcanza.
En casa nuevamente, hago un poema con los trinos que encienden
la mañana o con las nubes que forman y deforman figuras en el cielo.
O le escribo a la sonrisa tornasol de la florista o al silbar destemplado del obrero.
O (lo más probable), me quedo aferrado a las nostalgias de tu nombre.
A veces, muy de vez en cuando por supuesto, trato de escribirle a una sopapa.

 

Derechos reservados por Ruben Maldonado.