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EN EL BAÚL DE MIS SUEÑOS DUERME MI SOLEDAD

EN EL BAÚL DE MIS SUEÑOS DUERME MI SOLEDAD

 

¡Hace frío, mucho frío!, aquí en las alturas de Jericó, Costa Rica; un pueblo pequeño de altas montañas, llenas de nubes, que nos recuerdan el paisaje suizo. En donde los árboles desnudos lloran con el viento helado de la noche, envueltos en una neblina de agua evaporada, perlados de escarcha y rocío que se prenden en las hojas verdes.

En algunas partes, bordeando la carretera, el carámbano o caña, teje albures de frío cristal sobre la pradera. Desde ahí, se ve y se extiende en todo su esplendor la bella ciudad de San José, envuelta en un gran manto de nubes blancas.

La lluvia del invierno, en esta fecha de agosto que escribo, es la que se abre como un gran abanico que susurra con el viento, aleteando como un gorrión, de bellos colores, formando un arco iris, principalmente por las mañanas y tardes, cuando el Sol baja de intensidad.

A ese lugar maravilloso, muchas veces fui con mi sobrino Richard, cuando venía de Suiza a pasar vacaciones, aquí en Costa Rica.

También en otras, nos acompañaba mi hermana Ángela y algunos amigos que ya no recuerdo.

Me acuerdo una vez, que lleve a ese lugar a mi hermano Virgilio; ese hermano que vivía en Australia y que nos alegrábamos de tenerlo de nuevo en nuestra casa. Con él fui varias veces a ese sitio.

Ahora ya muerto, el eco de su voz quedó impregnado en nuestros oídos y todavía lo escuchamos cuando venimos de nuevo a este bonito lugar.

También me acuerdo, que íbamos a menudo a visitar ese lindo restaurante llamado: \"Mirador La Chicharronera\"; en donde hay una hermosa vista panorámica, que nos da una amplia visión de todo el Valle de San José.

Desde ahí nos recreábamos por las noches, cuando íbamos a cenar y a compartir algunos tragos; viendo las fulgurantes luces de esa inmensa ciudad, que desde lejos nos oculta con sus sombras, la vida nocturna.

Ahí donde la orgía de la carne, el juego y el consumo de drogas, son los elementos que predominan y se apoderan de la noche.

Después pasábamos a una terraza muy amplia, donde nos servían una gran variedad de bebidas y licores, acompañados de un gran plato de yuca, con plátanos maduros, chicharrones de carne y pedazos de pollo; era tan grande, que podíamos comer hasta seis personas.

Al final nos montábamos en el vehículo, con el miedo acompañándonos, ya que a veces salíamos muy de noche y con la vista fija en el camino, empezamos a bajar la peligrosa carretera, que parece una gran serpiente, por la torrentera de agua que bajan de ella, por los ventisqueros que soplan sobre los empinados riscos, de rocas escarpadas que se ven a lo lejos y ese manto de gélido armiño, que remolineaban en níveas de nata, parecidas a fulgurantes estrellas.

Entonces con el vértigo pegado en nuestros estómagos, comenzábamos a bajar vertiginosamente sobre el asfalto.

Todavía teníamos los tragos encendidos en nuestra cara, entonces recriminábamos al chofer para que bajara la velocidad.

Por dicha, que al poco tiempo, nos refrescaba el viento de la noche, pegándonos en la cara, sus fríos copos de agua, que se filtraban por las ventanas del vehículo.

Era como un llanto de perlas, que se tragaba la oscuridad, dejando sus huellas de frío en nuestros rostros.

Había tramos donde la vista se reducía por la falta de luz, debido a la espesa neblina.

En el camino, observábamos la tranquilidad de las casas que estaban a los lados de la carretera. Parecía que ahí, la vida dormitaba bajo su manto blanco, escondiendo en su interior, una burbuja de sueños de los que ahí dormían.

Parecían que estaban hibernando, mientras pasaba la noche. Y que, al día siguiente, como crisálidas, esperaban el amanecer para tener nuevas alas, que les ayudarán a volar más alto.

Así es la vida, “dormir para soñar”. Es entonces cuando el silencio se adueña de ellas, como esperando la calidez de un nuevo despertar y días luminosos, con el surgir de nuevas esperanzas.

 

Ahora ya en mi casa, el sol casi no sale y la pereza me envuelve.

Aquí desde la pequeña terraza, en Urbanización Veracruz de Desamparados, pegado a las verjas que rodean su entorno, miro como se esconde el Sol sobre las grises nubes.

Y es cuando su llanto se hace pesado, y empieza a caer como lluvia, salpicando mi cuerpo con sus gruesas gotas.

Entonces me meto presuroso a mi cuarto, a soñar con el silencio de mi propia soledad.

Acostado en mi cama, solo escucho el estallido de luces, los truenos y relámpagos que se oyen muy lejos, allá en las altas montañas.

A veces siento, que llega La Reina del invierno a visitarme a esta tierra que habito, llamada Costa Rica y que no la siento mía, porque no quiero dejar de ser nicaragüense.

Ella llega a decirme con su húmeda y lóbrega sabiduría, que no llore todavía mi muerte, esa que siento a veces cuando mi salud se complica y es entonces que me manda su lluvia para que llore por mí.

 

Muchas veces ella, la soledad, me ha llenado de silencio, me ha empujado con su lóbrega sombra a  los oscuros y siniestros rincones de mi cerebro, reptando sigilosa y ha hundido sus raíces de frío, en mi alma desnuda.

¡Me ha robado la luz que ella no tiene... y así poco a poco, me está llevando al abismo negro de la depresión, ahí donde se desangran los más puros sentimientos, desbordados entre brumas difusas, lágrimas de dolor y días de oscura melancolía!

 

Con los últimos rayos del sol del verano pasado, guarde en mi cofre mágico todos mis sueños, los más luminosos recuerdos... Yo sé que están ahí durmiendo, por si algún día hay que sacarlos y con ellos pueda tejer de nuevo la esperanza, con su manto de oro, con ese cálido soplo, para que me abrigue en estos días de frío invierno.

Muchas veces mi cofre se esconde, y ella, la esperanza, no aparece; eso me hace sentir el alma herida.

Me envuelve con el frío de su ausencia, llenándome de soledad y tristeza.

 

Sé que puedo volver a entintar bruñidas estrellas, de matices dorados, con la pluma en la mano y escribir los versos más tristes.

Sé que puedo alejar el miedo que esparce, cuando con su amigo \"El Viento\", ruge en mis oídos; torturándome con su voz cavernosa, y me llama para que visite sus frías y oscuras tinieblas.

 

Aún con la esperanza en mi alma latente, puedo soñar con las orillas de otros tiempos de luz, allá en mi bella Nicaragua, donde duermen mis sueños de juventud, despertando esos recuerdos de rica fragancia y donde muchas veces los pétalos de mis labios se abrieron como rosas deshojadas para besar a las más bellas de mis princesas que adornaron mi vida…a Yadira, a Angelita, a mi esposa Sonia, allá en mi querida Chichigalpa.

Todas ellas llenaron de estrellas ese cofre vacío, al igual que mis amigos carnales, que nos juntábamos para compartir la palabra.

También con el viento de estos días en que me siento infinitamente solo, Puedo escuchar la voz de mi hermano menor José David, que me invita a no claudicar y a seguir escribiendo.

Y es que en mi cofre mágico guardo todas las cosas que yo quiero. Tengo que llenarlo y mantenerlo fresco porque él está en mi alma y el alma es la tejedora de mis sueños.

Esos sueños que todavía no perecen; aunque esté enfermo, aunque me esté muriendo, y me acarician como a la fresca hierba, para que no claudique o se me acabe la esperanza.

 

Ya sueño desde ahora que venga de nuevo el verano, para volver a tocar esos rayos de sol, que guardé en mi cofre; para sentir en mis manos la calidez de su contacto ficticio.

La esperanza difuminará el frío glacial que siento en mi alma.

Para mí lo más importante, es matar esa soledad y los días brumosos, cuando mi alma llora en silencio, cuando todo en la vida me parece oscuro y triste, cuando el desamor y la traición afilan sus garras.

Sé que algún día mis zapatos de cristal, terminarán ajados y rotos, al empezar el camino, que me lleve a donde no se regresa.

Marcharé desterrado, y sé que no volveré a ver el Sol brillar con todo su fulgor, en la tierra esquilmada, donde yaceré.

Ya nunca jamás se oirán mis pasos en el silencio de la noche, y sólo quedará la húmeda penumbra, que envuelve las tumbas frías.

 

Baila, baila, ”Quirina\", con tu danza de escarchada, alrededor de mi alma.

Hoy me he vestido con el talar de la esperanza, y el miedo ha huido exiliado, al piélago muerto del olvido.

No me toques muerte, hazte a un lado para mientras.

 

Tú helado aliento, no podrá nunca deshilar mis sueños de luz, porque la luz siempre vencerá a la yerma oscuridad.

El pasado se ha ido, y lo que esperas de mí está ausente, el presente al final es lo que vale.

¡Salud Muerte!, sal de mí vista, pues todavía conozco, muchos atajos donde esconderme.