AlisGrace

SONIDOS DEL SILENCIO...

La tormenta de verano ha pasado, hay luz de luna y se escucha la música de un canto lejano sobre el renovado rumor de la ciudad. Interrumpe el silencio el canto de un joven que está frente a la ventana. 

 

 - ¡Somos unos locos que estamos enamorados del saber! y venderíamos nuestra última camisa por una pequeña verdad, una punta de estrella para alumbrar las tinieblas y el misterio de lo que llamamos nuestra vida… 

Estaba tan recogida en si misma que, por el momento, se había creado la ilusión de ser invisible. En la esquina más lejana de la habitación, donde los estantes de libros formaban un ángulo con la pared, estaba encaramada sobre un taburete, con las rodillas levantadas hasta la barbilla y las manos apretadas alrededor. Tenía los ojos en blanco, la cara contraída y pálida. Pues, la cinta que llevaba en el pelo le daba aspecto de colegiala.

Hay un momento de silencio mientras ella mira fijamente su mano extendida, y luego a su rostro, tenso y colérico. Se acerca a la ventana, corre la cortina y abre los cristales. 

… Se sentó en la alcoba y se aflojó hasta caer en la lasitud.

 

A esa misma hora pálida e indecisa entre la noche y el día dejó de soñar, despertó a una realidad nueva y extraña.

 

El sueño empezó en su propio dormitorio. No sabía si el amanecer ó a media noche; había luz y también oscuridad; había sonidos, y sin embargo, un silencio abrumador. Todo lo que sabía era que estaba sola, le podía extraer la presencia de otro rostro humano. Deseaba salir a las calles, no podía, estaba rodeada de paredes y de puertas ilusorias, sin cerraduras ni tirador. ¡Estaba desesperada!. Pero recordó el espejo. Allí estaba la gemela, burlona, pero tranquilizadora. Empezó a caminar hacia el espejo; pero a medida que avanzaba la habitación crecía, se alargaba, se convertía en túnel, infinito. Se adelantó entonces, lentamente al principio y después a la carrera, desesperada. Desapareció entonces el espejo y quedó allí, de pie, jadeante, aterrorizada, con la vista clavada en el espejo. 

 

El vidrio estaba vacío, como un lago que se mira desde gran altura. En ese instante tuvo consciencia de sí misma de un modo que le resultaba completamente nuevo. Se sentía sólida, entera. ¡Sola!, es verdad; sola... como un árbol en médio de una gran llanura; pero arraigada como el árbol en la tierra; ya no enajenada. El alívio de sacudió como un gran viento. Quería reír, llorar, gritar de felícidad excesiva y sin sentido... Y un instante después estaba completamente despierta, en su propio lecho. Lo extraño era que aún estaba felíz. Sabía muy bien lo que le había sucedido. No precisaba retroceder a tientas, entre nieblas y miasmas, en busca de una interpretación. Milagrósamente, o por obra de alguna combinación subconsciente, se le habían unificado las dos mitades en que estaba dividida, había muerto la gémela del espejo. 

Solo quedaba ella ahora. Una sola mujer que se arriesgaría, pensaría y decidiría. Una sola vida que vivir. Un solo amor de que gozar...

Sin hacer ruído, se levantó cuidadosamente del lecho y se acercó a su ventana. Una luz débil y gris coloreaba el cielo detrás del minarete. El jardín estaba oscuro, pero sintió el perfume de las rosas y escuchó el golpeteo musical del agua en la fuente del león. La unidad que acababa de descubrír en si misma era también unidad con el lugar. Las altas paredes lo reunían todo: la mujer, el jóven, las flores, el agua, el tamarisco, la alta torre, el fragmento de cielo en la madrugada. Hasta las mismas contradicciones de su trabajo se podían reconciliar en ese momento mágico. Era una agente a sueldo. Y nada más. No era un ofício noble, pero tampoco ignominioso. Podía servír a su pueblo sin rechazo completamente a aquellos entre quiénes vivía, se podría marchar y empezar otra vida. Una extraña y cínica convivencia armónica. 

... Así, pues, era libre en todo, menos en cuanto a la ley. Volvió al lecho y se tendió.