EL CABALLERO DE LAS LETRAS

PESARES DE LA ACACIA ENVIUDADA

Salve el ocaso reinante
que en lujuria se ciñó y vierte,
en los estragos extensos
de la acacia enviudada.
Con su semblante en pena,
paño en lecho.

Hay un endecha de viuda,
lo que dejan sus candiles en el eclipse
que de su oscuro eslabón no se libró.

Amó desenfrenada acacia
en la bruma y en el estío
en el delirio llameante y en el derroche.

Pronto, tan pronto su antaño
fue fúnebre y su surco de raíces esmeraldas
acabaron en la breña frívola
de los vientres de onda,
en los montículos de anclas oxidadas.
Sangrando deshojada por sus aguas
abrazando el fruto de albor, lo que queda.
A puros pétalos al piso.