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ROMANCE DEL TROVADOR

ROMANCE DEL TROVADOR

No sé si fue a mediodía

O quizá de madrugada,

Pero los hechos siguientes

Ocurrieron en Granada,

Un día que un triste invierno

Nos regaló una nevada.

 

Era Crispín un zagal

Guapo, rubio y trovador,

Que con su voz musical

De barítono-tenor

Hace un canto angelical

Y es de un laúd tañedor.

 

Y con esta melodías

Conquistaba a las mujeres,

Solteras, viudas, casadas

Caían \"intro\" sus redes,

Dejándolas satisfechas,

Colmándolas de placeres.

 

Y resultó que aquel día

Huyendo de la nevada

Fue a parar a aquel palacio

Que Alí Pacha regentaba.

Y, amparándose en las sombras,

Sigiloso se adentraba,

 

Hasta zonas restringidas

Para un personal sucinto.

Quizá fue casualidad

O tal vez su fino instinto,

Pero la oportunidad

Lo llevó hasta aquel recinto.

 

Y asomando su cabeza

Por una ojival ventana,

Comprobó con extrañeza

Que una muy bella sultana,

Que destilaba realeza,

Descansaba muy lozana

 

Acompañada muy bien

Por un grupo de bellezas

Que sumaban casi cien.

Y, observó con sutileza

Que, en un rincón del harén,

Dormitaba su pereza

 

Un eunuco gigantesco

Armado de cimitarra.

Mientras en ambiente fresco,

A sones de una guitarra,

Y, adornada de arabescos,

Entonaba una chaparra.

 

Y, asomado de esta guisa,

Hete la casualidad

De que, con una sonrisa,

Tuvo la oportunidad

De conquistar a Barisa,

A la sultana beldad.

 

Y fue mandado pasar

A la alcoba de las bellas,

Y allí fue puesto a secar

Por unas cuantas doncellas,

Para así recuperar

Su hermosura para ellas.

 

Y cogieron al mancebo,

Laváronle los cabellos

Con sendas yemas de huevo,

Y con gasas y con velos,

Se lo secaron de nuevo

Peinando luego sus pelos.

 

Disfrazáronle de hurí

Con babuchas y bombacho,

Y así les pudo servir

Aquella mujer-muchacho

Con su potencia viril

Su necesidad de macho.

 

Y así Crispín retozó

Con, al menos, diez muchachas,

Mas, la suerte se tornó,

Se acabó su buena racha,

Pues una tarde acudió

El buen sultán Alí Pacha,

 

Acuciado por la prisa

Que marcaba su entrepierna,

Buscó con una sonrisa,

Alguna odalisca tierna

Que le saciara sumisa

Su lujuria sempiterna.

 

Y, hete aquí que se fijó

En la rubia concubina

Que, rara se le antojó,

Pues sentada en una esquina,

Al entrar él, se cubrió

Su rostro con gasa fina.

 

Y muy meloso y con coba,

Solicitó su presencia

Con presteza en sus alcobas

Porque sufría la ausencia

De alguna de aquellas lobas

Que tenía en pertenencia.

 

Y Crispín, muy apurado,

Se tuvo que presentar,

Aunque no de muy buen grado,

En la alcoba del sultán,

Porque sería capado,

Si le notaban galán.

 

Y, al ver que en aquella estancia,

Alumbrada por mil velas,

Podía verse a distancia,

Que, aunque aparenta mozuela,

Hay cierta protuberancia

En su entrepierna y no cuela,

 

Le pide al regio sultán

Que apague todo el sollado

Pues con esto de las prisas

No se ha hecho el depilado.

Y el sultán dice entre risas

Que eso siempre a él le ha gustado.

 

Y accede al apagamiento

Aunque, al adivinar pelo,

Le sube el calentamiento

Y a punto de caramelo,

Piensa en el ayuntamiento

Y se traga aquel camelo.

 

Y, con la luz apagada,

Comienzan los escarceos,

El sultán, mano alargada,

Y Crispín, con un cabreo,

Pues se la tiene jurada

Este sultán de cameo.

 

Y acaricia sus orejas,

Y le da un beso en la frente,

Y acaricia su melena

Rubia como el sol naciente.

Y pronto cambia la escena

Y se muestra muy impaciente.

 

Lo que pasó aquella noche,

No aparece en esta historia,

Pero no hay que hacer derroche

De imagine ni memoria,

Pues el sultán le dió un broche

Con diamantes de Camboya.

 

Y también circula un bulo.

Que vieron por el camino,

Con una mano en el culo,

Al trovador malandrino,

Y con el \"Ana Torroja\",

Pero puesto en masculino.

 

Desapareció el doncel

Del palacio y del serrallo,

Y no se volvió a saber

De su hazaña ni un carallo,

Pero dicen que le ven

Montado en blanco caballo,

 

Con el laúd a su espalda

En ciudad muy afamada,

Y dicen que lleva falda

Desde que dejó Granada,

Que ahora le llaman Amanda

Y que ya no \"mola\" nada,

 

Que dos tonos elevó

De su voz la tesitura,

Que su melena tiñó

De rubia a castaña oscura,

Que su vida envenenó,

Que cambió su catadura.

 

Y que aquel pobre Crispín,

Aquel trovador faldero,

No se come ni un colín,

Que ya no es revisalsero,

Ni parece un querubín

Como en tiempo pasajero.

 

Y es que entrar en casa ajena

Como mujer disfrazado

Suele conllevar la pena

De acabar vilipendiado.

 

Febrero de 2016

Jose Cruz Sainz Alvarez