Franz Talithier

Virueva Yorkus

Virueva Yorkus

 

 

Aquí me maldices,

con tu boca entera, partida,

saciada de lengua

errante.

 

Te acarician mis pupilas

en tu carne, en mi lucha,

te adorno por mil bellezas

si tu risa ya no es mucha.

 

Te consuelas como las hojas,

verdes y dormidas, como

las que caen de

a poco en tus senos cuando

te siento en verbo y tan salada

que empalagas.

 

Santo rosario,

cascabel de poco ruido, mira

tus manos hoy, solo

son recuerdo entre

cenizas y tus uñas encarnadas

apoyadas en

temblores.

 

Te acarician mis pupilas

en tu carne, en mi lucha,

te adorno por mil bellezas

si tu risa ya no es mucha.

 

Circunvolucionan tus afectos cargados de horizontes sin retornos.

Trementina de locura ebria de gruesos placeres inventados.

 

Te veo en mi patria

oculta, arrinconada entre gustos de

pastillas en sobra y vómitos que ulceran el piso.

Te veo la mar y ojos en agua

siendo perlas,

llamas extintas,

mi sonrisa en su reflejo.

 

Te acarician mis pupilas

en mi carne, en tu lucha,

te adorno por mil bellezas

si tu risa ya no es mucha.

 

Los dolores son dulces

cuanto más amarga es la espera.

 

Y eres arrogante con

tu paso filoso, con los cuencos

de morbosidad que

desatan tus hilos, que rueda

en tu cabeza, y que mi

mente no deja ver algo más

que no forme parte

de tu intenso rostro.

 

Me encuentro junto

a ti, cuello falaz,

que te muerdo cada noche

con cada sbornia soberbia

con la que

me rechazas por mi ser,

pútrida imberbe!