Y nada siente el verdugo, luego tampoco palpa su consciencia. Ya no siente frío al volver a casa, ni siquiera frescor. No necesita amor, cree pensar, aturdido por el filo irresponsable en su tensa recaída. Solo es sumisión, aquella que pasa desapercibida por su vida. Y es su haraganería, que ya no puede ser vista, ¿cómo rebelársela sin darse un respiro?, sin pretenderse, sin pegarse a todo. Ahora se encuentra solo, hundido en una sofocante deflagración que le asegura su desdicha.