En Neuruppin conocí la nieve
blanca como la sal, y mi corazón
era joven y ardiente carbón,
en el trópico tu eras sueño leve,
rosa fresca, perlada frente
y escribí ayes con sórdida paciencia
no porque amara la ciencia
sino para burlar agrio nepente.
Ahora, aquí estamos el uno
frente al otro, con el silencio
en los ojos, ante un destino bruno
incógnito y quintaesencio.
Febrero es nuestro lecho,
dolorido árbol, miedo deshecho.