GuillermoO

Descubrimiento de lo inalcanzable

Eras extranjero en la tierra.

Tu boca estaba bordada por otra raza de costumbres parecidas a las alucinaciones,

de iguales y posibles mentiras,

de charcos como nubes,

porque ser de otra raza es como estar marginado

o resoplar en la costa de los mares sin respuesta.

Tu boca 

era la encrucijada a la que iban a recalar

los fanáticos traídos por desembarcos inútiles,

los animales del viento manchados por espumas polvorientas,

las canciones girando por la libertad del espacio.

Tu boca era yo,

que sabía las leyendas del abandono y la ira,

que era todas las montañas y semillas abrazadas a un lugar imaginario,

que soñaba con fragmentaciones y sus ecos;

tu boca era yo solicitándote salar ese viejo idioma desconocido,

ver tu lengua para llegar a la obscuridad de un  país

donde todas las depredaciones eran posibles;

tu boca, yo,

salíamos al encuentro de nuestra noche natal

dividida por un cortejo de escombros,

por una plegaria de canes,

por una violenta y querida superstición.

Porque si la noche es una superstición

no hay dudas de que éramos enamorados de la tierra y sus secretos,

del vino fiel que se torna duro en los días de las últimas palabras.

Juntos esquilábamos ovejas hasta el amor,

hasta que los días empujaron sus paredes bajo humeantes barcos migratorios.

 

No he de decirte que te amé por demasiado conocido.

Tampoco diré que cuidé de tus perros errabundos

cuando moría la penúltima humillación.

Sí diré 

que busqué vestigios,

tripulaciones detrás de muchísimas cárceles,

vergonzosos huecos en la curvatura de otros labios.

 

Más allá de la tierra, que el único enigma a descifrar,

allí estaré bordeándote caminos,

inmolándome,

hasta que salgas de todas las bahías como negra crucificción,

para arrastrar tu calor y abandono por el mundo.

 

G.C. 

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