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El mejor timonel

 

 

El mejor timonel

                                                                                            

 

Un alma a la deriva, una sombra de velero,

un mástil roto era Manuel.

            Manuel tenía un recuerdo.

Un recuerdo triste que  compartía con los  vientos: un amor.

La había amado tanto como a la libertad y a la  mar.

Ella asoló su corazón cuando mejor cosecha tenía,

escoró la nave de su vida

y rompió un mundo común que habían inventado.

 

Y el mejor timonel se refugió en la escotilla de la soledad,

rodeado de vapor de alma y sumergido en alcohol.

 

Un día la tormenta sorprendió a su barco.

Tambaleando por la bebida, cogió el timón;

sus manos no le obedecieron.

La nave, sin rumbo, quedó a merced de las terribles olas,

llorando al viento.

Pudo ser una tremenda desgracia.

El mar, compasivo, embarrancó el navío sin hacerlo suyo.

El mejor timonel dejó su oficio.

Vagó y vagó por puertos y cantinas recordando a la mar

olvidando aquellos ojos que le hirieron.

 

Un día, descubrió ternura y caricias en las manos de otra mujer.

Encontró  risa en sus albas y suspiros en sus noches.

Y se vio en otros ojos y besó otros labios.

            Rompió las botellas, rescató el alma y volvió a la mar.

El mejor timonel lleva de nuevo la nave

por caminos de bonanza y estelas de futuro.

Sus recuerdos vuelan hacia la amada que le espera,  allí, en el puerto.

            Los vientos alisios soplan calientes y felices.

 

                                       Jordi Siracusa