40

Entre escombros y cenizas (Relato).

Entre escombros y cenizas

 

A Romero

Espero y sea lo bastante emocionante o divertida como tus novelas de jóvenes.

 

Cierto día nublado de agosto, los ATS llegaron al templo de la oración. No se les hizo extraño que nadie los recibiera cuando arribaron. Como no iban a quedarse mucho tiempo, no querían que su llegada fuese recibida por mucha gente, así que su anonimato fue la mejor opción para su aterrizaje. Sin embargo, una vez en el suelo y adentrándose más al templo, no vislumbraron a nadie en todo su recorrido. Llamaron a Habat, Castilla y a Marta, pero nadie contestó. Al ATS número 40 ya le parecía extraño tanta quietud. Así que con todo su equipo decidió ir al patio, esperando encontrar ahí a alguien que le explicara dónde estaban todos.

Mientras salían del templo y caminaban hacia las puertas del patio, Elizabeth notó algo que le llamó mucho la atención.

-Chicos, miren, está nevando-Dijo con la mirada directa al cielo apuntándole con un dedo.

Todos miraron hacia arriba, confundidos por el comentario de Eliza, pero sólo para confirmar que estaba en lo cierto. Yoaquin, que era más observador, alzó una mano atrapando lo que para ellos era un copo de nieve y añadió.

-¡No es nieve, es, ceniza!-.

Los muchachos en ese momento corrieron hacia las enormes puertas del patio y mientras más se acercaban más se percataban de un olor de neumáticos y carne quemada. Celeste, que era más sensible, corrió aún más rápido para llegar a la puerta. Una vez en la entrada, llamaron al portero para que les abriese. Pero nadie contestó. Celeste, con la preocupación a cuestas, decidió que era mejor abrir las puertas por su propio medio y, ayudada por Yoaquin y Elizabeth, las abrieron. Pero lo que encontraron no fue de su agrado.

Un silencio muerto, el olor a piel quemada, y cientos de cuerpos cubrían toda la superficie del patio. Las aulas de receso habían sido reducidos a escombros, de los jardines ahora sólo quedaban cenizas y los vehículos que ahí se utilizaban habían sido destruidos. Elizabeth miraba con asombro aquel escenario, muda, con una expresión de horror. Yoakin no decía nada; sólo observaba. Mientras que  Celeste, sucumbiendo ante  el miedo de ver a su hermana entre tantos cadáveres, se dejó caer  sobre sus rodillas, golpeó con ambos puños el suelo y, con lágrimas en los ojos,  dejó salir un fuerte alarido de su delgada y blanca garganta. No obstante el 40, sin decir palabra alguna, se adentró en aquel campo, buscando alguna señal de vida. Caminando en medio muertos, observando, entre escombros y cenizas.  No había pasado ni un pequeño lapso de tiempo cuando notó algo que sin duda alguna, lo dejó atónito.

-Chicos, no todos son de los nuestros, también hay jambis!-. Exclamó tomando su arma.

El equipo no esperó una segunda advertencia y, tomando sus armas, se prepararon para el combate. Cada uno recorrió un lado distinto del patio pero por más que buscaron, no encontraron enemigo alguno. Todos estaban muertos. 40, que se encontraba apartado de los demás, notó en la lejanía, sobre unas ropas raídas, el símbolo de los ATS. Se acercó lentamente y miró que era el cuerpo bocabajo de una mujer. Le dio vuelta y su corazón se heló. Era el cuerpo de Gabriela, una de sus amigas de la infancia. En su cuerpo, se encontraban heridas de bala, y un pedazo de lo que podría ser una espada atravesaba su pecho. El chico extirpó dicho objeto. Después de eso sólo observaba el cuerpo sin vida de su amiga, mientras acariciaba su pelo. Seguido de esto, levantó la mirada y observó que no habían indicios de que los Jambi abrieron las puertas, vehículos, equipamiento, no había ni siquiera marcas de que tuvieron dificultad al entrar. Mientras miraba a su alrededor, Celeste llegó a informar lo que 40 había notado.

-40, los jambi, no entraron, ya estaban aquí, no hay nadie vivo a la redonda.

-¿Revisaste los salones de clase? ¿Baños? ¿Centros de comida? ¿Algo?

-Sí, y no hay nada. ¡Todo está vacío!

-Está bien, vayan y aseguren todo el lugar, cierren puertas, los centros de aterrizaje y pidan ayuda.

Dicho esto, el 40 se quedó callado. No podía creer que nadie en el templo de la oración estuviese convida; salvo él y sus compañeros. ¿Cómo lograron entrar? ¿Por qué aquí? ¿Cuál era el propósito? ¿Conquista? Eran las preguntas que atacaban la mente del muchacho. “Alguien debió dejarlos entrar” fue lo único que se dijo así mismo y la única respuesta viable. Habiendo pues, asegurado todo el santuario, el chico le dio la orden a sus compañeros de separar los cuerpos, darles sepultura y como dictan las reglas de honor: Cuando batalla alguna por algún territorio surge y no hay sobrevivientes tras el combate, el primer ser en llegar al campo es nombrado ganador y dueño de dichas tierras. De esta forma, los ATS ganaron otra batalla, sin ningún esfuerzo y con sólo una baja.