Vicente Martín Martín

Las sombras de la calle

Las sombras de la calle
tienen días festivos y lutos ilegibles,
las sombras de la calle son las brujas estúpidas que asustan
a los niños sin dientes y a las chicas idiotas
y es que idiotas son todas y todos los que piensan
que hay consignas secretas que convierten la umbría en un relámpago.
Te lo dije una vez: no es necesario
colgarse del ombligo del mundo para ser
la silueta de un cisne,
no hace falta
descender hasta el fondo del océano
para ver cómo llega la luz hasta el abismo.
Porque basta salir cada mañana con el alma escociéndote en los dedos
y quedarte en la acera contemplando
cómo pasa la gente,
se acelera,
discuten,
se saludan
sin mirarse a la cara para hacerse a la idea de que mienten las cifras,
que la sombra de un hombre nada tiene que ver con el color de sus gafas
y que hay sombras higiénicas, balsámicas,
sombras que se disfrazan de mentiras ilustres y edificios
que rotulan sus nombres más allá de la nubes.     
Yo he visto entre esas sombras caminar a un asceta
y era otoño en abril  
y era el milagro
de la rosa inmortal y de la nieve       
regalando a la noche su belleza. Y hallé
que el amor sin oficio se sirve en copas grises
y una sola tristeza es imposible
que se erija en la tumba perpetua de un amante.