Sara (Bar literario)

El problema

Este no es el resabio de una chica adolescente. Mi madre y yo nunca hemos tenido una buena relación. Ninguno de mis defectos han sido curados con amor. Nunca vi que algunas de mis heridas hayan sido purificadas con ternura. Todo fue a punta de golpes, de palabras hirientes, de la eterna cantaleta estás loca y tal vez la única locura de toda mi vida ha sido lograr que ella me quiera.

¿ Qué se puede esperar de un mueble? ¿ Qué recuerdo puede haber de una niña enferma, que juega sola, que tiene miedo?

Ninguno, salvo el del triste amparo de ser amado de manera latente,  de saber que yo también tengo una cuna. De recordar, a carne viva, que siempre está conmigo en las noches. Que antes de Raúl, era ella y ella la que me sostuvo la mano contra los monstruos de la noche.

 

El verdadero problema aquí es, que nunca seré lo suficientemente buena- Buena para hablar, buena para cantar, buena para escribir, buena en el sentido existencial y onírico de este término tan vedado a lo espiritual.

 

El verdadero problema supone un trasfondo emocional. Supone un descontrol de mis impulsos que nunca se han visto aminorados por palabras amables o de consuelo. Salvo el de aquella ocasión cuando al tenderme en su espalda, ella sostuvo mi cuerpo. Entonces recordé que el amor no siempre es latente.

También se resuelve, se pacta, se reconcilia en forma de abrazo, de beso o de caricia.

El verdadero problema he sido yo y mi silencio que encuentra su voz, en ese tono estruendoso y de delirio. De ahí mi locura. De ahí mi delirio. De ahí las ratas debajo de la cama, las cucarachas en la cama y mi paroxismo del miedo, haciéndome añicos el equilibrio.

 

Pero hablaba de mi madre, una pequeña santa, una hermosa santa...

Y yo hablando de ella como si fuera una piedra filosofal, una alquimia de amor, un santo elevado encima de mí y yo siempre a sus rodillas, a sus pies.

Y nunca a su lado.