Franz Talithier

Última percepción de la nada.

Última percepción de la nada

 

 

No hay mar, ni sombra,

ni claveles negros para

un funeral en ti.

Digo esto, porque

sos fugitiva de

cielos infinitos, de

cartas sin firma alguna,

de promesas tan huérfanas de padre, y hasta

de amores dispersos en cada crepúsculo.

 

En

la ventana te veo,

veo tus muecas, veo mi miedo.

Te bañas en lamentos para soñar 

con dulces de menta y gorriones que 

cantan

en un febrero, que la

falda corta se ha puesto.

 

No duermas más, amor mío,

no llores más,

que el corazón se te oxida de a poco 

en cada llanto, en 

lágrimas ofuscadas de penas

caídas en baldosas

frías.

 

Y te veo

(todavía llevas esa,

blusa que has comprado

en Sebastopol, en 

una tienda con vidrios

que trizan un 

fondo blanco de pupilas 

dilatadas) que miras

mirándonos y, 

con ello el diario, que habla

en la muerte derramada

en vino, con la soga

siendo el centro sin

armar la trama.

 

Alguien

que posa una mano

servil, sobre tu cabeza

circula el humo, los claveles

se ennegrecen,

el cigarrillo que ora por apagarse, en

una, en dos bocas, en dueños sin alma

que tu muerte ha saqueado

en un menú mal servido.

 

No llores más, amor mío,

que las penas se ahogan, sin decir

más que murmullos,

inútiles,

allá en la niebla bajo ataúdes.