Nostalgias que conducen al fracaso... Hombres que duermen despiertos, ventanas que ciegan en la luz de la noche. Torres que caen y permanecen a ras de suelo. Una bola dorada que parpadea, un mundo redondo que rueda y en la sombra, unos ojos perpetuos que vigilan, que contemplan y silban, sabiendo yo que los muertos, los muertos nuestros, están vivos... En la memoria del viejo frente al polvoriento cerebro, allí yacen los recuerdos que descuartizan al alma, ¡en las ágoras donde se planifica la traición! ¡En las calles! Dormitorio de algunos con sus edredones de cartón. Pero en el aire hay voces decadentes que ríen; carcajadas y brindis, allí los muertos se divierten y me consta que los muertos, los muertos están vivos. El acero cruje y la pólvora huele y llueve en abundancia y se desbordan los mares, los corazones se aceran y lloran los pantalones, ninfas que duermen a la intemperie, se les abre el alma, se les abren las piernas llueve, llueve y sereno luego el mar de piedra, responde a la voz del indecente... Quizás, en el edén de las huellas sin rastro, brinden ellos entre champanes de insensibilidad porque los muertos, los muertos están vivos. Rezos que atavían las alboradas, mansiones de lujurias y rueda y rueda la esfinge del planeta, quizás, donde Dios duerme, proclamen danzas y sea fiesta, consuelo celeste que acecha, gozos del aire que el aire reversa, y sin embargo yo sé que los muertos, los muertos están vivos. Inmóviles corazones que sostienen vidas, partos prematuros, vidas que se mezclan con la basura, urbes grises, cielos grises, rostros grises, amor irrespirable. En la calle, arduos corredores de acero afilado, cortantes funambulistas del pánico, hambre en los confines del ser... Quizás, en el océano del edén, musitando tras cánticos de paz, adoren por querencia las almas que sin cuerpo sueñan y viven y ríen y aman y comen y beben y vuelven a soñar porque yo sé que los muertos, los muertos están vivos...