Llegó la tormenta,
como si el limbo enviara un soplido de azar combinado con miel.
Solo con verle ya sospechaba que los faroles variarían sus luces en mi vientre
y las orugas se renovarían para hacerse un huracán de mariposas.
Bastó un soplido para descubrirle,
bastó una mirada fija a sus ojos de color universo
y un roce de palabras tímidas para adentrarme en el misterio inusitado de su esencia.
De repente me encontré escudriñando su mente,
escuchando sus miedos,
sus deseos,
descubriendo su futuro
y la infinita similitud de nuestro existir.
Entrelacé sus dedos de nube
para evitar el colapso de la realidad.
Lo llevé en la punta de las pestañas,
como quien lleva una esquirla de galaxia en el cabello
y no teme a la existencia de agujeros negros.
Puedo asegurar que me acerque demasiado,
casi al punto de mezclarme,
pero la razón no me lo permitía.
Decidí conocer la tormenta
y dejar que la borrasca se desatara en mi locura lentamente.
Ahora disfruto mojarme en la tormenta,
he dejado a un lado los prejuicios
y me he lanzado como si tuviese las alas más poderosas
para planear por un sendero lleno de misterios
que se convierten en ruinas,
ruinas hermosas,
ruinas que muestran el paso de una inesperada tormenta.
¡Vaya tormenta!
¡Oh tormenta de cuatro elementos,
sácame de la ca(l)ma cuando quieras
o ponme en ella si deseas!
Es efímera la llegada de la tormenta,
pero urdidora.
Temo que se aleje
como si no supiera que nunca ha estado del todo presente,
y es que las tormentas suelen ungirse del paisaje
y guardar en su foco trozos de ruinas.
No pretendo transformar la tormenta ¡Jamás!
No pretendo evitar su huida tampoco.
Pretendo ser la pieza clave para mermar la tormenta
(sin que esta deje de serlo).
Mientras la utopía se condensa
y la tormenta deja huellas en mi espalda de arena,
las dunas fijas en mi rostro como labios,
ansían ser para siempre arrasadas
por la inefable tormenta.
La más sublime tempestad.
07/12/15