Duende del tiempo

María

María hizo todo esto.
María habló...
Y hoy no veo huella
de esas palabras,
de las lunas llenas aquellas,
que imaginé esa noche
en la Plaza Pueyrredón.

No creo que el espejo
me invite a ese festín,
donde el vino y el "piringundín"
me hacen parecer un pendejo.

Tengo mi guitarra...
Tengo un "Toro Viejo",
y no les gusta verme llorar.
Sé que a mi rostro,
ni el vino, ni el espejo,
las lágrimas le van a secar.

¿Por qué no puedo dejar de hablar de vos, María?
¿Por qué todo el mundo sabe lo que siento?
¿Por qué nadie sabe, ni siquiera vos,
lo que pienso?
¿Sos el mundo?
Todavía en el vino me hundo, María.

Sé que en donde sembré mis sueños,
no era tierra fértil.
Sé que entregue mi canto
al más largo de los cuentos.

No quiero hacer de estas palabras,
las últimas que te escriba...
No quiero hacer, esta noche,
en mi guitarra la última melodía.

El vino, el tango, la farra...
Los tambores sonando en el cielo,
el carnaval, mis guirnaldas;
mis canciones tristes,
coloridas y en celo...

En todo, esta María...

Entonces me hundo
en ese lugar que no conozco...
(ella tampoco).
Y la siento mía,
por un segundo...

Y es justo el momento
en el que Momo hace sonar
sus purgantes tambores...
Que derraman lágrimas sobre tus soles.
Y otra vez, el corso es triste,
en el sensible barrio de Flores.

Y te veo bailando
la murga de las novias desoladas.
Y te muestro el rostro de vos,
que ayer Benedetti me mostró.

Y empiezo a bailar tu murga,
queriendo salvarte,
del callejón de las novias perdidas...

Pero bailo, y quedo solo.


Y en una esquina,
la muerte me invita una bebida.


Sigo bailando...


Voy a seguirte el paso.
En alguna murga perdida,
en algún tango oxidado...
En alguna vida,
voy a bailar con vos.