REYNA GALACTICA

LOS CALCETINES ROTOS

LOS CALCETINES ROTOS
Suelo preguntarme por qué retorcida razón hay que sentir vergüenza por tener los calcetines rotos y dejárselos ver. Mi lógica mental no acepta este hecho. Es asunto de cada quien el estado de su ropa. O es que acaso se otorga poder a otros para entrometerse en tu vida, por unos simples agujeros que permiten a los talones hacerse visibles. O en ese, en el que se asoma, el imprudente dedo gordo del pie. Esta reflexión llega mi a través de un recuerdo. Ocurrió una vez que visité la boutique de una amiga. Fui acompañada de mi esposo y de un posible cliente. No era mi intención el comprar “algo”. Quise que la dueña y la compradora se conocieran e hicieran negocios entre ellas. Aunque era notorio mi desinterés por los artículos de la tienda, la amiga se empeñó en que me probase unos zapatos que estaban en la exhibición. Precisamente ese día, me puse unos calcetines rotos, justamente sobre ambos talones, que sobresalían mostrando su color rosado. Se asemejaban a un panecillo, suave y esponjoso. Educadamente, rechacé la propuesta.
Sorpresivamente, mi actitud resultó como una provocación. Los tres al unísono, prácticamente me exigían que me midiese el calzado. Y yo que no, y ellos que si, daba una excusa, me argüían mil razones. Me detuve a pensar, se generó un silencio tenso entre los cuatro. En mi breve cavilación me dije “si los complazco verán mis calcetines rotos, sino lo hago, igual sabrán que los tengo rotos y se reirán para sus adentros de mi. Tan pronto esté en casa, el esposo este, se encargará de fastidiarme la vida con el tema, se lo contará a mis hijos y todos se reirán de mí. La chica que traje como cliente, murmurará con sus amigas mi negativa de medirme los zapatos, y seguro que concluirá con ellas, acerca de su sospecha de que mis calcetines estaban rotos. También se burlará de mi situación de vergüenza. Y mi intensa amiga sabrá que no quise probarme los nuevos zapatos, no por el hecho de negarme a comprar; sino porque se imagina el tamaño de los huecos que dejan ver las carnes de mis pies. Se lo contará a su marido, y por tiempos indefinidos seré parte de sus anécdotas para el chisme. Pues No,no,no, y no. No se los permitiré. Esto se soluciona ahora mismo. Así que de forma súbita, me descalcé y todos vieron los huecos de mis calcetines. Hacía un gran esfuerzo para contener la risa. Me comporté como si ellos estuvieran perfectos, nada de explicaciones. Así que sin más me quité los zapatos y…ricooo… descansé mis pies sobre la mullida alfombra, froté mis talones sobre ella. Me senté a esperar los zapatos nuevos para probármelos. Mi actuación era perfecta, sonreía, contaba chistes, hablaba de trivialidades. Además me divertía enormemente ver la cara de todos, que no sabían cómo comportarse, se sentía entre ellos una incomodidad, una especie de pena ajena. Jajaja, ninguno se atrevía a decirme algo. No compré nada, pues repito, no estaba en mis planes. No obstante, estaba feliz, me sentía ganadora, triunfé sobre un tonto prejuicio.
Una vez en casa, el hombre me preguntó:- ¿Amor y es que tú no te diste cuenta del estado de tus calcetines? ¿Acaso no recordabas que estaban rotos? A lo cual respondí -¡Por supuesto que lo sabía! Siguió él-¿Cómo te atreviste a eso? – ¿Y por qué no? Le respondí. Acaso no era ese su empeño el que me probara los zapatos. Yo sólo complací a la audiencia. Con el valor agregado de mostrarles como superar un prejuicio.