Heliconidas

Diez estrofas para Borges

Con las magias parciales del Quijote
y el bronce de Francisco de Quevedo
urdiste tu nombre, sin quien lo note,
latiendo sin prisa pero sin quedo.

Tu patria fue el legado milenario
de infinitos libros anglosajones,
buques normandos, un escudo triario
y seis cuerdas sureando unos bordones.

El tiempo empezó a vivirte en Palermo,
en el Maldonado y la gran llanura
de casas bajas, allí donde el yermo
pintaba el cielo de recia pavura.  

Ultraismo precoz de Buenos Aires
que trajiste de las tierras del godo.
Tu juventud barroca y sus desaires
fueron tu desahogo y tu recodo.

A la luz de tu universo soñado
se fraguaron laberintos febriles,
que en el canon de un edoctum dorado,
vibran tus letras, cual soplos sutiles.

Refutaste la existencia y el tiempo,
como esa mariposa eternizada
entre las incertidumbres del viento
que Chaung Tzu soñó entre el todo y la nada.

Universo de universos. Espejo
en el que vive el hombre que seremos.
Infinitas puertas, cansancio viejo
perdido en laberintos que no vemos.

Aquel que cuando te lea y te piense,
entre la perplejidad y la niebla,
será dictado por el amanuense
del alba, entre luces y tinieblas.

Tu fecundia adogmática redacta
borradores eternos que el olvido
nunca publicará, pues son el acta
inmortal del retorno indefinido.

No es en una fría piedra en Ginebra
donde yacen tus libros y tu noche,
sino en cada poema que celebra
la vida, con su elogio y su reproche.