Ha llegado impetuoso nuevamente
arropado en su manta de labriego,
como un arrogante y severo capataz
a doblegar el puño de la tierra,
va tañendo campanas de humo denso,
como una catedral abúlica y ajena.
Umbral de enmohecidos portones,
lira consagrada al silencio de sótanos baldíos.
En su noche más larga de uterina espera;
Julio arrastra sus sandalias de metal negro,
de cieno pensativo.
El invierno con su hielo
va cumpliendo los deberes,
sus grullas grises mesen los esqueletos
dormidos en el bosque
con sus manos de musgos tempraneros.
En Julio; todo permanece en estado de suplica
la piedra, el agua, el alma campesina.
Como una fiesta de paz,
un breve parpadeo de Dios,
en cuyos dominios
la vida duerme hasta más tarde,
hasta el latido del campanario suena lerdo,
perezoso en su vuelo dominguero.
Julio, en tu nombre todo me recuerda al sur.
Amo tus ángeles de seda desatando
las itinerantes alas de la lluvia.
¡Ay, como pasas esta noche por mi sangre
tierra mía!
Voy caminando sobre tus atardecidos portales
y a lo lejos…
hablan las viejas manos de mi padre
van sembrando de arados la profunda gleba,
preñando de diademas el sacro arcón;
sumergida alegoría de primavera.
La alameda y su plateado cortinaje
se yergue valerosa desafiando los vientos,
que como una jauría de hienas salmodian
el himno de las aguas.
Arde la enrojecida humedad en los parrones,
mientras el acre de las uvas
dormita en su cuna de aromado roble.
¡Ah, que lánguido perfil el de los hualles!
agitando sus cuentas de cristales y de luz.
En tus fronteras parpadean las tinieblas
la oscuridad va cerrando sus pinceles
y en ojos abismales el sol tímido asciende.
La tempestad que volcó el osario de las hojas
elevando dolorosas exuvias por el cielo,
ya amainó su temblor frío, su desatada furia
y las brasas que hibernaban en pretéritas cenizas
van urdiendo una nueva llamarada.
Alejandriana
D R.