Nicolás Rangel.

Cuestión de suerte.

No recuerdo su nombre
ni de cual
de todos mis sueños eróticos
había escapado
tan solo llegó a mi mesa
una buena mañana
queriendo ser un poema.

Apareció
cruzó las piernas
y su aroma
partió todas mis ideas.

Hace ya bastantes letras
que no recibía
una visita
en aquella mesa
testigo fiel
de la amargura que endulza mi café
y de la soledad
que escurre
en cada jirón de mi piel.

Hace muchos versos
que nadie le pone música
a la gravedad de mi nostalgia.

-Te conozco-
me dijo
y su sonrisa
tan fría
como de quien tiene toda la verdad
paso de su rostro
a mi columna vertebral.

La curiosidad
cerró mi libreta
y ofreció una bebida.

Me conocía
y yo en mi jodida vida
la había mirado.

-¿Tengo que besarte?-
Preguntaba
mientras sus ojos
sombreados
devoraban mi vida
y su boca tan segura
sorbía el café sin prisa.

-Para ser un poema-
lo decía
mientras su dedo
apuntaba hacia mi libreta
asesinando a todas mis damas
matando a todas mis musas.

Era imposible
esconder mi sonrisa
por más torcida.

¿Cómo explicarle
que no es poesía,
si no trozos de mi alma
lo que danza
en esta cuadricula vieja?

Cómo explicar
que ser poeta no es mi oficio,
que tan solo
cierto día
encontré en la escritura
una manera
por más placentera
para pulir mis recuerdos.

¿Cómo explicarle
que si seguía mirándome así
la poesía la pondría su adiós
y no sus besos?

Aquella mañana
todos los relojes detuvieron su marcha
y la magia
paso al aire
que ella respiraba
y que con asombro exhalaba
en cada palabra.

Ella,
quería ser poesía
y había tanta
en sus brazos
y en sus labios
que mi bolígrafo temblaba
debajo de aquella historia.

Al final
de toda nuestra charla
pensó que mentía,
que en realidad no escribía
que no sabría como vestirle
con tan bella melodía
dentro de esta cuadricula vieja.

Y con aquel mismo viento
que partió mi calma
y mis ideas,
abandonó aquella mesa
dejando un beso
preso en la comisura de mis labios,
un retardo en mi trabajo
y una poesía
tan compleja y hermosa
que aún
no logro descifrar.