Jose Maria Gentile

Certeza

 

Pude haber callado y seguir mi camino en silencio,

pude haber transitado el desierto,

quemarme la cara con el fuego lacerante de tu recuerdo

y quedar ciego;

puede haber creido en tu desinterés.

Si, es cierto, aunque pude lo evité.

 

Pude haberme acostumbrado al olvido,

que pobló mis días de indiferencias,

pude negarme a las primeras calles que nos enamoraron

y creer en las nuevas vidas que inventamos,

enterrar el deseo.

Sí, es cierto, aunque pude lo evité.

 

Puede extinguirme como se extinguen las llamas,

abrir el grifo de mis noches largas

y ahogarlas con mis lágrimas;

secar de humedades mi cuerpo,

cual páramo desnudo quebrantado, con sabor a hiel.

Sí, es cierto, aunque pude lo evité.

 

Sí,

preferí la locura y el delirio de no olvidarte,

mi paso rozó el desierto para recoger las fuerzas

y buscar tu oásis;

la ceguera cubrió mis ojos pero no mi alma,

que en la arenisca de mis sueños pudo encontrarte.

 

Sí,

preferí los calendarios y los cálculos lógicos,

razonar entre laberínticos senderos rumbo a tu balcón,

ni las tinieblas pudieron frenar mi ilusión,

ni el fuego consumir la pasión.

 

Sí,

preferí reverdecer aquel vientre tan dispuesto a la vida,

que entonces fue presa de mi sin razón,

y recorrer cada carta que con melancolía,

tu birome encendida dedicó a tu dolor.

 

Sí,

pude tanto y sentí tan solo un suave eco,

multipliqué con su repiqueteo

lo mucho que de vos me quedó;

pude tanto y escuché tan solo la llovizna,

cuando el furioso vendaval de lágrimas

atormentaban con eléctricos inviernos tu corazón.

 

Sí,

pude vivir en el destierro,

suspendido en el tiempo sobrevivir,

es cierto, por eso,

aún te quiero.