Razones para no seguir dormidos
Qué bueno que no sepan que estas triste,
que sigas produciendo pan o diarios,
que pagues cada cuenta, que trabajes
como si la alegría fuera parte de otro mundo.
Qué bueno que solloces sin rendirte,
que vuelvas a tus fueros, que discurras,
que entiendas que no quedan horizontes
más que los que refundes sobre el mar de tus pupilas.
Qué bueno que te duelas, que te duela
lo malo que pasó, lo que no pasa,
lo que se prometió y que nadie cumple,
los sueños que una vez te dieron vida.
Qué bueno que batalles por tu anhelo,
por tus ganas de ser mejor ejemplo,
por darles la razón mientras comentas
bajito que aún no todo está podrido.
Qué bueno que levantas las orejas
cuando lejos escuchas que alguien ríe,
que buscas esa risa como un niño
buscó la vieja carta que le causa algún suspiro.
Qué bueno que no creas que tus joyas
son todo lo que brilla entre tus manos,
que no veas la inopia cual destino,
ni creas que el ladrón se saldrá siempre con la suya.
Qué bueno que palpites, que no juzgues
a nadie porque sí, por ser altivo,
que escuches la verdad hasta en quien miente
y puedas decidir con la pasión más que con leyes.
Qué bueno que abandones el sistema,
que puedas irte al mar y regalarte con sus olas,
que tengas la equidad de no olvidar que eres tú mismo
y que por cada cual hay un lugar para el que lucha.
Qué bueno si te das una vuelta por mi calle,
si llamas para entrar, si traes dos manzanas,
qué bueno, pues así conversaremos hasta el alba
y de seguro hemos de dar con más razones para no seguir dormidos.
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