Mi alma vaga,
por las calles en el crepúsculo misterioso,
buscando el perdón de Dios.
Pero no lo hallé,
que sufrimiento amargo,
más amargo que la hiel.
Me arrodille con mi dolor latente
cual pájaro que vuela
cuando está herido
y puse mis manos entrelazadas
y con tanta fe le imploré:
¡Perdonadme, piedad no sabía lo que hacia!,
y escuche una voz del infinito que decía:
! Hija mía si lo dices con tanta clemencia
Porque no ser perdonada!
¡No supiste lo que hacías ahora tenes gloria eterna ¡
Con la bendición de Jesús,
mi señor ahora mi alma reposa en calma.
Puedo sucumbir segada,
sin el tormento de mi pecado mortal
que cada vez me sumía en un final letal.