Jesus Alejandro Reina

Carta a mi asesino

A Ti etéreo:

Batalla, encuentro; ¡duelo! Como le quieras decir. ¿Cuánto más  descuartizarás mis sesos con tu gutural premisa? Te extasiase beber las horas que me haces pulir las espadas, acariciar con tierno cinismo las sogas venosas y reír los mares secos  de esta bomba de tiempo creada a tu medida ficticia. Existo sin clamar tu pútrida jauría de reproches infundados en el arroyo de tu caprichoso motivo que, no sé  si  demoníaco o corrector cósmico, quiere ganar mi alma o restaurar el equilibrio del universo adyacente. Mientras, uno, dos, tres…  detonas tu veneno a mis pabellones infantes; y punzantes, tus lenguas mudas examinan la sensatez de mis  verbo futuro.

Podemos convenir, la realidad imperante y la impresión vertiginosa  de tu subliminal doctrina en mis inspiraciones, oscuras y  escasas cada vez más, como el alquitrán que mina mis años. Unges mis túnicas rosas con el destierro de mis energías, para saciar tus ínfulas de mi sumisión que vehemente buscas en mi exasperación de complejos, tildes burdos que me jacto de memorizar a tu complacencia producto de la lejanía lógica e intencionada de tus tretas vestido de cabrito ígneo. Forcejeamos por el altivo logro de mi suerte, de mi vida… De mi muerte.  En un espiral eónico de continuos desgarres indoloros a la piel, mas termoformados en laureles a mi corona obituaria. ¿Por qué a mí? ¿¡Jodidamente por qué!? ¡Sal y enfréntame engendro! Elude la cálida morada de mi alma, traiciona tu gallinazo operar y enfrenta  al sobreviviente tesón de mis heridas en revancha. Regresa después del alba gris en  noches de  tu infernal compañía a curvar las nubes de mi vida   y  en la noche de tu victoria, el placer será no caer yerto a tus pies, sino a los de mi creador. 

Despreciable asesino, que no eres más que uno en mí. Ese miedo marginado por el sock de mis gárgolas oxidadas por la quimera de vivir sin el demonio de tu manifestación en mis cuadros.  Esa voz dotada de inmundos bramidos y preñada de neones autodestructivos, para así limpiar las barracas  de mis miedos menguados por el velorio de la muerte. ¿Quieres que muera? ¿Buscas el miedo en mis fibras? ¡Jajajajaja! La muerte es mi juguete de apuestas  donde nos enterrarán a los dos algún día. Porque así lo quise yo.