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Volver a casa. (Parte 1)

Volver a casa

 A Denisse

 Dondequiera que estés 

y quienquiera que seas

 

Fue un 12 de octubre el día en el que pude volver a casa. El aire era tan fresco y el día imperaba con un enorme y brillante sol. No me había sentido tan libre desde mi vida anterior al entrar al ejército.

Al llegar a la estación de autobuses miré a las afueras y pude ver a demasiada gente, pero a diferencia de toda esa muchedumbre y la que había en el pelotón, era que no todos vestíamos de la misma manera y en que  la milicia, había más orden. Sin embargo, aquí no pecaba de monotonía.

Salí a la calle y tomé un taxi para regresar a mi hogar; nadie vino  por mí, pues  no le mencioné a nadie de mi regreso mas que a mi hermano Estéban. No quería que se supiera pues esa era mi intención, que fuese sorpresa.

De camino a casa pude contemplar todo el paisaje, y todo en él era hermoso. Tantos árboles frondosos, las calles concurridas y la gente que pasaba, había vuelto a tener la libertad para admirar mí alrededor. Era hermoso volver a ver el exterior sin el pensamiento de que tal vez pudiera morir. Desde la última vez que miré, las flores no tenían ese hermoso color que el de antes, los niños no tenían la misma alegría. Las nubes no se veían tan blancas. Y esa estúpida canción popular en la radio era casi tan hermosa como el sonido de los pájaros. Era como si todo el mundo fuera nuevo para mí.

Llegando a casa me sorprendí al ver los cambios que, según creo, mi madre le dio al hogar. Ella siempre fue de esas mujeres de las cuales se renovaban, de las cuales no querían vivir en el pasado. Pero a pesar de que era un cambio, siempre tenía esas huellas de un pasado tan sorprendente.

La casa ahora era marrón, y las rejas de las ventanas fueron cambiadas por unas más oscuras, la cerca, que había frente al hogar,  fue pintada y el césped... ahora había césped. No había visto flora alguna  en la casa desde que tenía 5 años. El hogar de mi madre se miraba tan vivo que daba la ilusión de que nunca antes había vivido alguien de la familia ahí.

Toqué la puerta y no escuché ningún ruido dentro. Volví a tocar y unos pasos muy toscos se escuchaban que se dirigían a mí por el otro lado de la puerta. En ese momento miré que la perilla se movía bruscamente y la puerta se abrió.

-Axel! - Era mi hermano Estéban. Me costó algo de trabajo reconocerlo. Había cambiado bastante desde la última vez que lo miré, aún recuerdo su regordeta cara y su cabello negro y rizado, con esa sonrisa de niño bobo que agradaría a cualquiera. Ahora estaba hecho un hombre, se podía decir. Más delgado, algunos vellos faciales en la barbilla y un bigote que apenas nacía y con el cabello aún más corto sin ningún rastro de que alguna vez habitó un rizo en esa cabeza.

-Esteban!- Dije con una alegría.- Nunca pensé decir esto, pero me alegro de verte, hermano.

Entonces se rió y me abrazó tan fuerte como cuando éramos niños.

-Espera a que te vea mamá y los demás.-Dijo

-¿Los demás?- Contesté sorprendido, no me esperaba a nadie más en la casa.

-¡Claro!, reuní a los que pude, no les dije que estarías aquí…sólo los reuní discretamente.

-¿A quiénes reuniste?

- A Jenn, Fernando, Santiago, Melissa; todos los que no inventaron algún pretexto para venir.

-Melissa...

En cuanto escuché su nombre mi corazón se detuvo y una pequeña felicidad invadió mi cuerpo por completo pero  fue apagada de repente por un miedo inmenso. Tanto tiempo sin escuchar de ella. Cuando me fui sólo pensaba en ella. Y cuando entré al ejército, en los primeros días, pensaba en salir y volver para estar a su lado, para vivir a su lado, tener hijos y ser felices juntos. Era ella mi razón para no dormir asustado en las noches. Pero en la milicia uno cambia demasiado y ahora vuelvo a escuchar de ella y no sólo eso; ¡volveré a verla! \"¿Se acordará de mí?\"  \"¿Está ahora con alguien más?\" esas eran las únicas interrogantes que cruzaban por mi cabeza. Fue lo único en lo que pensaba, que en un momento me di cuenta que dejé de razonar en ver a mamá y sólo pensaba en ella. Entonces dije:

-Bueno, gracias por reunirlos. Ahora, ¿Me dejarás pasar o esperamos a alguien más?- Dije en tono burlesco.

Entramos a la casa y al cruzar por la cocina lo habíamos hecho al mismo tiempo que en la sala. No era una casa muy grande; papá había hecho un segundo piso hacía ya varios años, era ese el factor que hacía que nuestra casa se viera distinta a las demás ya que todas eran pequeñas.

Pasamos a la sala de estar y logré escuchar que sonaban voces \"Son ellos\" me dije sin dudar, y antes de ver a alguno de mis amigos, miré que seguía ese viejo collage que papá había hecho con no todas, pero sí bastantes fotos de la familia. Mi padre era conocido por ser alguien creativo y muy buena gente, así que ver collages o pinturas extravagantes por la casa ya era normal para las visitantes frecuentes.

Ya había visto antes el collage, pero era algo casi inevitable que me perdiera esa vez en él. Tantos retratos, tantos recuerdos de qué hablar. Si en la habitación había algún silencio incómodo, bastaba con mirar aquel viejo collage y decir \"Oye, ¿Esa fotografía en dónde la tomaron?\" y comenzaba una amena platica sobre la historia de esa fotografía. Era casi imposible que alguien se quedara callado en esa habitación.

Mientras me perdía en el collage, repasando lentamente cada una de sus fotos, escuché una voz.

-Axel!- Gritó Jenn con su voz muy aguda, que, en cuanto me miró,  sus ojos se llenaron de impresión. Esteban no mentía, era obvio que no me esperaban.

Jennifer Sweet siempre fue conocida por ser muy extravagante, cada cierta temporada se pintaba el pelo; el de esta temporada era el azul verdoso y una parte lateral de su cabeza estaba rapada \"De ese modo tengo menos calor\" decía ella. Pero yo sabía que lo hacía para sentirse liberada y distinta del mundo tan oscuro que le rodeaba. Así era ella, de piel blanca, muy delgada, de una estatura baja, y tenía ese lunar cerca de la boca que cuando sonreía se elevaba hasta alcanzar la punta de la nariz. Y sí, ella tenía una hermosa sonrisa, de hecho, ella siempre fue feliz. En mis años de conocerla nunca le miré triste por nada, tenía una actitud tan positiva ante la vida, eso era lo que más admiraba y hasta la fecha sigo admirando de ella.

-Jenn, vas a despertar al abuelo- Era un chiste que siempre le decía cuando ella gritaba.

Se levantó del pequeño sillón negro donde se encontraba y corrió a abrazarme. Me sentí tan feliz de volverla a ver.

-Dios mío, Axel, que bueno que has regresado, te extrañé tanto.

-Yo también, Jenn, a ti y a tus colores de pelo, créeme que es cansado ver todo verde y gris por allá.

-Y para mí es cansado molestar a Santiago y Fernando, esas niñitas no soportan ni una brisa.

-Las soportaríamos si no fueran todos los días y a cada rato-. Dijo Santiago, que estaba recargado sobre un mueble de la habitación.

-Santiago, tanto tiempo sin verte, amigo-. Dije con una sonrisa mientras Jenn me soltaba.

-Sabes que no te voy a abrazar ¿Verdad? Sólo te diré que es bueno verte vivo por acá-. Dijo con una media sonrisa.

-Sí, a mí también me da gusto verte, Santiago.

A diferencia de Jenn, Santiago era muy serio y frio, de hecho, casi no hablaba. Siempre fue de esos que se guardaban sus comentarios y decía algo en el momento indicado. Y no es que no me agradara su compañía sino que su seriedad era tanta, que era incomodo para mí estar a su lado. También, se podría decir, que era mi rival. Siempre traté por superarlo en aunque sea algún aspecto. Él era muy culto, inteligente y atlético. Teníamos los mismos pasatiempos que era imposible no ser rivales, aunque yo nunca le llegué a superar en nada. Pero cuando ella me eligió a mí. Santiago dejó de hablarme aún menos de lo que ya lo hacía. Fue ahí entonces cuando me di cuenta de que había ganado. Y de que Santiago y yo no éramos amigos.

- Y bien, Axel, ¿Ya fuiste a ver a tu madre? Está en el piso de arriba, con Fernando-. Dijo Jenn evitando un silencio incómodo.

-No, aún no, yo, esperaba ver aquí a mi mamá con ustedes, Esteban también me dijo que  Melissa...

-Ah, así que es eso-. Interrumpió Santiago. -Esperabas encontrar a Melissa primero.

-No, claro que no, es sólo que Esteban...

-Ella está en la biblioteca-. Dijo Jenn, con una sonrisa.-Pero te aconsejo que vayas primero con tu madre.

-Sí, eso haré; me da gusto volverlos a ver, chicos.

Salí de la habitación y subí por las escaleras, la casa no era muy grande, en unos 12 escalones me encontraba ya en el segundo piso. Pasé por lo que antes era mi antigua habitación y más al fondo, escuché una voz. La juvenil, algo infantil voz de Fernando, mi primo se hacía cada vez más fuerte a medida que me acercaba a la puerta. Él siempre fue muy apegado a mi madre, pues casi siempre se la pasaba en nuestra casa e inclusive llegó a ver a mi mamá como su verdadera madre.

También escuché la dulce voz de mi madre, cuya voz ya se encontraba añejada por los años pero que de igual forma, tenía ese mismo cariño, hermoso e inmortal que no cambia con el paso del tiempo. Me acerqué entonces a la puerta y la abrí. Y ahí estaban; mi primo Fernando sentado en el viejo sillón verde donde el abuelo nos leía tantos cuentos y a mi madre, mi bella madre, sentada, en la cabecera de la cama, tejiendo.

-Hola-. Dije, sin esperar una respuesta.

  Fin de la parte uno.