Jesus Alejandro Reina

Con la bendición de los ángeles

¿Cómo empezaban  esas hojas blancas de miedo?

Eran manos vibrantes y miradas en consuelo

eran los rizos, la suave moldura que recorría.

Y cada uno de sus dedos se volvían

entre los míos aire y agua.

 

Inmóvil, sin más que el hecho del heme aquí,

el melifluo olor de su cuello gana cada verso

que la batalla más fría en mi duda sobre lis

o demonio; y despierto besando sus lunares

uno a uno, como sus manos se enlazan fuerte,            

  aún más sobre las mías; tornando el silencio

en una sinfonía, en un leguaje para los dos.

 

¿Qué es el mundo? ¿Y el tiempo, y el nosotros

y dos almas, y las palabras y el plural vosotros?

Mentiras.

Envidias

del somos, que tanto orgullo cuesta susurrar

ocupados por vivir de piel.

Besar, y acariciar.

 

Los ángeles ahora parecen llegar ¡al fin!

Y yo le entrego mi latir.

  

con la bendición tintineando llegan

 en cascabeles azules,

 envueltos en nubles,

ungidos en incienso,

transfigurando cada beso

 en dulce chocolate.

 

se sonrosan y de reojo observan el consenso

y sobre mí, ella su pureza reclina,

 me regalar  su posesión

y la poesía se escribe sobre sus ojos

todos los días en mi mente.