Diaz Valero Alejandro José

Entre frases y reflexiones VI

A las piedras del río les cuesta llegar al mar.

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Una canción es como una flor que no pierde aroma ni color.                           

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La vida no es una estación, es sólo un camino.

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El nudo de la corbata a veces mata.

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Flores sin olor, artificiales son.

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La luna en la laguna ve sus arrugas.

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Si el mango se puso bonito le llegó la hora del mordisco.         

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Comidas muy frías o muy calientes nos vuelve inapetentes.

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¿Sabrá el pan que con su envejecimiento vendrá su desmoronamiento?

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El hijo ignora si la madre llora, si quien llora es aquél, la madre llora con él.

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El camino no pide nada, solo pisadas.

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Cada vida es una muerte anunciada.

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Cuando la muerte llega la vida guarda silencio.

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La lluvia cristalina parió un hijo de siete colores.                

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El pájaro no olvida donde anida.

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Hay vidas que se burlan de la muerte.

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La fría mañana se abraza al tibio sol de la esperanza.

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El amor y la tristeza, andan caminos que nadie piensa.

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La lluvia regaña al sol, y él sin querer, ve sus lágrimas caer.

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El egoísmo esconde la bondad y finalmente la mata.

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Parece cinismo, pero bondad en cierto aspecto es egoísmo.

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Un velero puede encallar con mar o sin mar.

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A quien le desbararatan el rompecabezas lo entiende mejor al recoger las piezas.

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Las flores tienen una magia en su brevedad que las hace eternas.

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El futuro es el pan que muchas veces ni mordemos, aún así ,lo seguimos amasando.

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La luna en su indescifrable lenguaje contó a la noche sus penas.

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El río como hilo y aguja zigzaguea entre faldas de montañas.

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No es hacer poesía en la vida, es hacer de la vida, poesía.

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Sus ojos con brillos de ayeres, iluminan su hoy.

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Hay ojos que con su lluvia descubren arco iris.                

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Los ojos que cerrados se vuelven oídos.

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Lo ancho del camino casi siempre pasa desapercibido.

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Eres la consonancia que esperé para rimar mi vida.

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Cuando la flor da su perfume no se jacta ni presume.

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Unos aman como siempre, otros aman como nunca.

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La montaña atea se negó a moverse, entonces el sismo la derrumbó.

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En la negrura de la noche se hace más evidente el amanecer.

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Cuando las flores se marchitan el arbusto descansa.

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La lluvia se desgrana para repartirse entre todos.

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Súbete al lomo de un libro y cabalga tu intelecto.

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Cuando un ave cierra sus alas el espacio lo reclama.

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Todo acto de locura, suele invitar a la cordura.

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Antes de enamorarse, hay que amarse.

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Lo peligroso no es la serpiente, es su veneno.

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La ley de la vida no admite reglamentos.

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Puedo comunicarme con la noche con palabras de estrellas y silencios de sombras.

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En la magnitud de mi serenidad se oculta la intensidad de mi sentir.

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Lo más difici de remar es tener los remos.

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El ave entristecido sin nido, cuando vuela se consuela.

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Hay hojas que valen más cuando se secan.

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No abras paréntesis en el infranqueable mundo de tu sonrisa.

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Los hijos son como los dedos, iguales pero distintos

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La luna no habla, sólo escucha.

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La sonrisa de un enfermo alienta a sus familiares.

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El camino de regreso parece otro camino.

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Si las margaritas tuviesen menos pétalos, cuántas deshojadas se ahorrarían.

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Las ovejas no saben distinguir entre lo blanco y lo negro. Los pastores sí.

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La lluvia caía muy suave, dando caricias al tibio tejado.

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La rectitud del soldado va más allá de pararse firme ante u superior.

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No hay madre bruta, su instinto materno le da esa sabiduría con que deslumbra.

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Hicieron añicos el silencio con el solo estrépito de sus apasionados latidos.

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Los humanos padecemos cada cierto tiempo desastres naturales y nos alarmarnos, pero la naturaleza padece todo el tiempo desastres humanos, sin alarmarse.

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La lluvia es para nosotros como una especia de canje, nos trae cosas y se lleva otras.

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Autor: Alejandro J. Díaz Valero

Maracaibo, Venezuela