Maxima Fernanda

Andrés

Ahí estaban, Carmen y Roberto,
yo no los conocía 
pero ahí estaban.
Sentados en alguna banca
en algún lugar, 
que yo no habitaba 
pero que creía ver
en algún sueño que naciera
en los pies de Carmen y Darío,
de Darío y Julia,
y su perro bulldog,
y quizás sacaría de mi bolsa
una naranja
y cruzaría la calle,
¡ Hola Carmen !
Y ella en un vestido celeste
levantaría la mano
y el viento de Septiembre
ondearía levemente su pelo 
mientras se pone de pie,
cómo estás Carmen,
cómo van los días,
¿van como vengo yo
o vienen como estabas tú?
Yo no lo sé, dijo Roberto,
pero ahí venían Darío y quizás Julia
a cruzar la frontera
y a precipitarse a la mesa,
a comer la naranja que yo traje
y que el bulldog no comería,
y tampoco Carmen ni Francisco,
y quizás por la ventana me salude Andrés
que por cierto era intrigante,
un poco serio como su padre,
y algo tibio como la tarde,
como las tardes en que salíamos,
salíamos Francisco y yo
a pensar en Erminia,
a salvar tortolitas
en el campo de su hermana,
y qué lindo era Andrés
por la madrugada
por la ventana donde sale el Sol,
y la tierra seca hacía doler los pies,
pero Carmen me invitaba al río,
y con Darío comíamos damascos frescos,
y qué sabio era Roberto cuando advirtió
que alguien que ellos no veían
había embrujado a Andrés,
y qué lindo era Andrés,
cuando pensativo por la tarde
escribía sobre alguien que vio
saludar a Carmen,
y salvar tortolitas,
y comer damascos,
y qué gracioso eras Andrés,
cuando disimulabas tan mal,
y entonces despertaba Julia
¿qué te sucede Andrés?
Se preguntaba ella, 
nos preguntábamos nosotros.
Entonces llegaba Carlos,
y se sentaba a tomar un té,
y la luna venía en sus labios
y miramos el suelo
todos a la vez 
y qué les sucede muchachos,
preguntó cuando apareció Andrés,
parecen todos embrujados
y yo no entiendo por qué.
Así estaban, Carmen y Roberto,
y el resto de los muchachos,
yo no los conocía, 
pero ahí estaban,
todos mirando el suelo,
en algún lugar risueño,
todos esperando las tardes 
esas tardes en que escribe Andrés.