leon Morales

Adíos al amor, adíos Carlos.

¡¿No te das cuenta?!

Esto que ves, pedazo de carne, vivo prisionero

una celda es mi casa, llena de máscaras, de muerte, de muerte de angustia,

de muerte de ti, muerte de ellas, muerte de miedo, de silencio,

predeecdisis de mi dolor, de mi amor perdido, de mis sueños mal amados…

 

En el piso, en las paredes: máscaras viejas, piel de víbora de horribles recuerdos

que lloran sangre resinosa, gritan en silencio

innombrables actos, gesticulan nombres que el tiempo les arrancó.  

Máscaras tatuadas con humo y pólvora,

de perfumes, de besos podridos, de promesas olvidadas,

de caricias arrancadas a la fuerza por su amo…

 

Ésta que rota está en mis manos, que muere desvencijada,

se descascara, ecdisis del alma, se desgarra la garganta…

pide tu presencia, ésta que ya no soy más, antes de ser arrancada de mí

pide a su verdugo, te implora vida, vida que reposa en otra primavera.

 

Grita tu nombre asesina… ¡asesina, huye de tu crimen!

mírala bien, mira y grábalo en tu corazón de bolsillo, la máscara del dolor que labraste

un día la necesitarás, la vida siempre regresa al principio

y el asesino siempre vuelve sobre sus pasos.

 

Que tristeza:

lo que soy se extiende al horizonte, hacia la eternidad del otoño,

donde el fuego hierra el alma

Y mi cara mácula llora por los poros una canción de angustia

 

Esta alma que se refugia llena de gozo, de ilusión,

que pide a gritos ausencia para vivir: ¡maldita masoquista del dolor!

¡Con qué furor vez cómo se acerca el carcelero!

esbozando una sonrisa sardónica detrás de esa máscara de cerdo…

manos ejecutoras:

¡traigan esta nueva cárcel, denme condena,

no quiero que ella conozca mi piel prístina

coloquen la máscara de huehue!

 

y en el diván freudiano

la carne y el alma luchan como hienas, se tragan, se amalgaman

y la siguiente máscara con una sonrisa burlona espera,

espera con paciencia en una esquina su turno.

La última muda…