Stephie Martinez

Catoptrofobia

Se desvela, se renueva
tomado el café y las decisiones,
sale y se abandona al azar
como hojas de otoño a la corriente,
repara en su semblante
a través de escaparates en obras,
no sabe qué le depara el pasado,
pues el futuro lo conoce de sobra.
Se mira, se presagia
aún conserva de su infancia 
la más entrañable de sus facciones,
se alegra, se apena
si no con rabia, al menos con nostalgia;
las mejillas algo menos rosadas que entonces,
el corazón tembloroso azulado,
extirpado, a su lado.
Se estudia, se historia
promete no ser para nadie
un pasatiempo, fugaz o transitoria;
avanza con tal parsimonia
que cada paso parece una casilla de ajedrez,
y así atinar se torna difícil,
puesto que ella atiende a fundamentos
cuya naturaleza es cuadrado gris,
pero sólo encuentra suelo blanco o negro.
Te la cruzarás de refilón y
como el que no quiere la prosa
la leerás entre líneas de divanes,
sin advertirlo te hallarás en otro tiempo,
sabrás que es de acero inexorable.
Al caer el día se vuelve entresijo
se apaga, se tragicomedia
volverá a la burocracia de su celda,
en los barrotes esparcirá corrosivo
-sólo tendrán cabida las letras-,
escribirá un mediocre poema
y el resto quedará en entredicho.

Se descose, se descompone

se enorgullece de ser el monstruo de encima de la cama,
pretende asustar a sus demonios,
no los encuentra,
tal vez quedaron al otro lado de la barrera.

Mañana el día será otro,

igual que ella,
quizá menos desvelada,
ojalá más vela.