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Cuento: LA DUDA DE CARLOS

Carlos va a quitarse la vida. Repasa uno a uno sus fracasos, y la larga cuenta culmina con un tiro en la cabeza. No hay duda ni temor. Hay certeza y soledad. Vacío de vivir. Lo apuró la cobardía, y mirándose al espejo, apuntó a su sien. Entonces comenzó la lucha. Le tembló el pulso y le cayeron mil recuerdos. Oyó una voz afable que intentó disuadirlo, con palabras dulces y recuerdos gratos. Con horas buenas y momentos placenteros. Esos que ahora no contaban. La voz clara y persuasiva le inyectó fe. Le trajo calma, y sonó como el amigo que consuela. No era desconocida. La firme voz le exigió nobleza. Entonces apareció la duda. Sacó fortaleza para gatillar. Cerró los ojos para quitar a aquel intruso de su mente. No deseaba dejarse convencer. Ya había firmado su propia sentencia. Con mayor ímpetu aún, la voz le imponía su autoridad. Pensó que estaba loco. De otro modo, ¿quién podría conocer su propósito? ¿Quien era el? ¿Como lo supo? ¿Quien le advirtió para llegar en el momento postrero? Gritó de rabia. Pero aún así, la voz siguió allí con él. Le recordó momentos desvanecidos por la desgracia, y gratos encuentros olvidados con amigos. La voz escuchaba, y respondía a todas sus preguntas con familiar timbre. Le recordó que su propia vida es una obra, y que solo al artista corresponde ponerle fin. Bajó el arma. La voz es convincente. Habla con sabiduría. Lo conoce íntimamente y mejor que nadie. Se decidió a dar la última batalla, y expresando para sí sus veladas razones, justificó de nuevo su arrebato. La voz lo reprendió con justicia. Lo devolvió al sendero de la vida. Ya no luchó más. Se dejó vencer por ese ser íntimo que tanto lo conoce. Quedó perplejo. Dos lágrimas frías lo mojaron. Sintió que estaba vivo. Perdió en la estocada final. Cayó por última vez el caño desde su cabeza. Su otro yo, que algunos llamamos alma, lo ha salvado.