Carlos Fernando

Bicentenario

 

Patria: qué me importan tus años

tu riqueza y tu hermosura,

qué me importan tus desdichas

y tus esperanzas rotas,

qué me importan los mercaderes

que te han desgastado hasta

el riesgo de exterminio, 

qué me importan los mentirosos

de oficio que se venden al mejor

de los postores,

a mí solo me importa que eres mía,

aunque no tenga una escritura

que me ampare ser tu dueño.

Eres mía porque vives en cada mineral

que se disuelve en el líquido viscoso

que se llama plasma, y en cada molécula

de azúcar que he extraído glotón

de tus cañas y tus dulces garapiñados

y charamuscas, que me ganaron

los puntos negros de mis caries

en los dientes de leche. Los minerales

y sustancias que te devolveré

cuando me envuelvas con tu bendita

tierra como me envolvió el vientre

de mi madre antes que naciera.

Para mirarte y sentirte saldré

del interior de mis entrañas por

los poros en una metamorfosis sudorosa,

y en el vaho que exhalan mis pulmones,

al tiempo que empujan hacia adentro

el sonido de metales y tambores,

o los colores y el brillo de la pirotecnia

que estalla en millones de truenos

pequeñitos con destellos azules y rojizos,

y el resplandor de los rayos de sol entre las nubes.

Báñame en tu lluvia, anégame en tus ríos,

cúbreme de selva en la espesura

de tus bosques y vísteme con plumas

de quetzales, dame la agilidad del ciervo

y la fuerza del jaguar. La nobleza del potro

y la altivez del ave. Deja que recorra

tus enclaves, tus riberas y tus playas,

deja que duerma en tus volcanes.

Y juegue hasta dormirme en las planicies

del Bajío, removiendo los barbechos

que se hicieron para sembrar maíz y trigo. 

Deja que escuche el tañer solemne

de los bronces aunque no vaya a misa;

que yo me postro en otro altar,

y Otro es mi Padre. Pero recuerdo aun

el repique de campanas que desde

Catedral sonaban cuando llegaba en taxi

al Zócalo siendo un chaval. ¿Chaval dije?

Pues claro, a qué presumir de náhuatl

diciendo xocoyotzin, si el náhuatl nunca

ha sido para mí lenguaje conocido.

Aunque no me afrento de mis indios,

qué más quisiera yo que haber nacido

sin mezcla de sangre, mas a qué engañar

mis sentidos, si más castellano

no podía ser mi apellido.

¿Acaso dije: "mis indios"? Pues claro:

¿O es que nací en Europa? Digo míos

porque soy suyo y no al contrario.

Como resulta que llamo a la Patria: mía y suyo soy.

Que lo pequeño pasa a ser

posesión de lo más grande.

Como llamo al Poderoso Creador: mío

siendo de Él y no al contrario.

Que el Estado y su Gobierno no son míos

aunque según la Democracia: Estado y Gobierno,

son de todos, y mío también al ser mexicano.

Más qué hacer si la Soberanía Nacional

no es de los mexicanos ni es de nadie

sino de aquel que tiene el gobierno

del poder y del dinero; aunque haya nacido

en Wisconsin o en Madrid. 

Y, sin embargo; eres mía y yo tuyo. ¡Patria!

Porque te llevo cargando desde que aprendí

a quererte bajo la forma tricolor de una bandera,

y un águila devorando una serpiente.

Porque muero de rabia y de vergüenza

cuando miro tanto "jijo" desgraciado que te depreda,

mamando sin saciarse las entrañas.

"Viva el bicentenario de la Independencia",

"Vivan los héroes que nos dieron Patria"…

¡Qué descaro! Mientras la realidad es

que mueren tus hijos, entretanto

vive el despilfarro y la rapiña.  

Y sin embargo ¡Patria!… Tú siempre serás mía.

Y de todo aquel que te ame como se ama.

Como debe de ser: sin codicias, ni mentiras.