Cecilio Navarro

Luna de sangre.

  

La luna viene de sangre

de sangre y oro brillante,

un grito rompe la noche

y el viento empieza agitarse.

Por las sombras corren cinco,

cinco gitanos cobardes

que se esconden de la luna

en los cruces de las calles. 

 

Pero la luna en su rostro

ya lleva escrito el percance.

 

Todo empezó con la Juana

convertida en la “matriarca”

tras quedarse viuda. Rasga

sus vestiduras con saña

al saber una mañana,

que la niña de sus ojos

vomitaba embarazada.

 

Se desataron los rayos

y reuniendo a la manada

señalaron al buen payo

que un día la visitara. 

 

—¡Es Fermín, el pederasta!—

Proclamó a los cuatro vientos

dejando de aquella forma

una sentencia dictada. 

 

—¡Digo, no tendréis cojones

si a la media noche dada

esa honra de vuestra hermana

no se ha quedado saldada!—

 

La luna sabe de sangre…

 de sangre  y de venganzas.  

 

La jauría busca al payo

y saben dónde encontrarlo,

el horror se hace presente

viendo al pobre desangrado.

Los cuchillos jamoneros

se guardan ensangrentados,

han cumplido con su rito

y el desquite está zanjado. 

 

La luna como testigo

del triste crimen malvado.

 

Luna que todo lo sabe,

todo sabe sobre el payo

que acudía por las tardes

a aquel que lo precisaba

con sus remedios claustrales.

 

La niña que no es tan niña

como su madre creía,

llamó a Fermín, sí, sabiendo

los remedios que tenía,

esperando la ayudara

a cumplir con la malicia

de interrumpir su embarazo

oculta de su familia.

 

Hombre de principios claros

su petición rechazaba

igual que un día lejano

hiciera con la “matriarca”

 

Día que no se olvidó.

La luna también recuerda

y más, esa mente enferma

donde el rencor anidó

y buscó como una fiera

una pequeña ocasión.

 

La luna llegó de sangre

La luna todo lo vio. 

 

Cecilio Navarro.  04/08/2015