Andábabamos mi padre y yo un día caminando juntos de madrugada; yo tenía, nueve años; y lo recuerdo con certeza por que aquel año tomé mi primera comunión; era una tibia mañana del mes de julio, recuerdo que caminaba feliz a su lado, pues era mi gozo acompañarlo en una jornada de las muchas que él hacía segando hierva con la que provisionar de forraje el pajar de casa como cada verano, y así poder disponer en el venidero invierno con qué alimentar a los animales (vacas, ovejas, mulas...) que mi padre tenia por entonces y de los que vivíamos la familia con la venta de sus crías y la leche que mi madre ordeñaba para vender.
Cuando él se detuvo en una curva en medio del camino yo hice lo mismo acto reflejo y me quedé quieto mirándolo, fijo y esperando me diera explicación del porqué nos habíamos detenido; yo lo observaba, y después de un espacio de silencio me preguntó mi padre...:
-Santi, además del cantar de los pájaros, con el radiante sol, y el intenso olor de los tomillos y romeros que están en aquella ladera, mas allá de la montaña... ¿escuchas alguna otra cosa más hijo mío?.
Miré a mi alrededor, escuche en silencio; y después de algunos segundos le respondí:
-Estoy escuchando el sonido de los cencerros de una yunta que tira de una carreta, y oigo la carreta también padre.
-Así es, dijo mi padre.
-Es una carreta que se encuentra vacía hijo.
Pregunté a mi padre:
-¿Cómo sabe que es una carreta vacía, sí aún no la vemos padre?.
Entonces mi padre me respondió:
-Te voy a dar una enseñanza que mi padre me contó de niño y a el su padre le dió, es muy nombrada por muchas gentes de esta y otras comarcas:
-Escucha es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el sonido que desprende su armazón, Santi.
-Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Yo, Mmm... recuerdo que me costó algo asimilar lo que me dijo; bien por mi pronta edad o bien por lo indirecto de las palabras de mi padre, pero al fin lo entendí a la perfección.
Paso el tiempo, transcurrieron los años, mi padre sigue con nosotros gracias a Dios, yo me convertí en adulto, y hasta hoy en día, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todas las personas a su alrededor, siendo
inoportuna o a veces muy violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente, creyéndose más que los demás seres humanos, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:
\"Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace\"...
Upsss.
¡Y aun es más!... me detengo como aquella mañana en medio del camino con mi padre, y pienso que la humildad consiste en la vida callar las virtudes que llevamos por dentro y darle paso a que los demás las descubran.
No es fácil encontrar la humildad, pero es un trabajo que debemos hacer día tras día, por eso yo recuerdo siempre esto, y me doy cuenta tristemente en ocasiones que existen personas tan pobres de alma, que lo único que tienen es labia o dinero. Pues ningún ser humano se encuentra más vacío que aquel que está lleno de egoísmo, de envidia y de rencores que no conducen al fin a nada.
Es por ello que dentro de esta nuestra corta vida, donde estamos de paso, tenemos que valorar cada segundo de ella, y es entonces cuando me di cuenta que envejecer en la vida es una etapa obligatoria, pero que tener la madurez que buscamos esta en cada uno de nosotros, es decir; me di cuenta de que madurar es misión de cada cual y eso lo convierte en opcional.
SSM- 03-08-2015.