Laura Velásquez

De compañías felinas y asuntos del corazón

Llovía. Miré el reloj: era la hora acostumbrada. Casi pude ver tu nariz asomándose sobre las amarillentas páginas de aquel libro en el cual solías encerrarte las noches de invierno tomando pequeños sorbos de café, pero dime ¿cómo puedo ver a alguien que no está?
El fantasma de tu recuerdo me atormenta diariamente al ver el reloj a la misma hora, aquella que un día llegó a ver mis ojos brillar de felicidad y ahora el único brillo que encuentra es el de las lágrimas que corren por mis mejillas al recordar que no estás.
No voy a mentir, mis días transcurren comunes y corrientes desde el día que decidimos dejarnos, pero aún así, el frío de tu ausencia me hiela el cuerpo cuando pienso que esta vez ya no volverás. Es que no se puede simplemente olvidar a alguien que estuvo ahí incondicionalmente, alguien que más que tus virtudes, amó tus defectos y te cuidó de ellos.
Miré el reloj: era la hora acostumbrada. El susurro del viento me decía con silbidos pasajeros \"Te quiero\" al oirlo tan sincero mi corazón sintió un apretón, y de nuevo sentí que seguías conmigo, pero al ver la imagen reflejada en la ventana del apartamento, me hallé sola, con la única compañía de aquel gato negro, tu libro y una taza de café, pero dime ¿quién habrá de beberlo si tú no estás más?
Aún percibo tu aroma en los días difíciles, creo que mi mente ha comenzado a crear espejismos que me ayuden a tenerte aún cuando se que no estás ni volverás. El calor de los momentos que viví junto a ti me trae desde el pasado tu abrazo para que me abrigue y me estruje como solías hacerlo cuando tanto lo necesité.
De nuevo, repito, no mentiré: te confieso que tu imagen ha hecho esta falta de tu amor más fácil y llevadera, pero por más que intente, nada ha podido compararse con la mirada de tus ojos oscuros, que sabían iluminar mi vida con sólo tres segundos de nuestra inmensa conexión. Créeme, lo he intentado, pero ni noches enteras contemplando las estrellas me han llevado a mundos diferentes como lograbas hacerlo tú cuando me dedicabas una sonrisa.
Miré el reloj, sabiendo que era la última vez. Era la hora acostumbrada, pero se fue contigo ayer.