Andrés

SENTIMENTALISMO FINAL

No tuve más qué decir. Así que me quedé callado; cerré mi boca y solamente me limité a observar sus labios y a escuchar su voz chillona pidiendo ayuda hasta que sus palabras se volvieron absurdos jadeos de aire.


Guardó silencio y me acompaño en mi mudez. No preguntó nada, o tal vez no le dí tiempo para ello. No importa. Impresionado por su actuar, pero tranquilo y esperanzado, recosté su cuerpo sobre la alfombra. Con su hermoso vestido blanco, su cabello ondulado y sus ojos negros. Yo me senté al lado de quien consideraba mi amigo. Él estaba mirando todo desde el sofá. Inexpresivo, callado. Con él rompí mi silencio y le dirigí unas cuantas palabras, las cuales él no me respondió. Tomé el cuchillo que estaba sobre la mesa de centro y poco a poco los ojos de quien consideraba mi amigo, se llenaron de lágrimas pues sabía lo que iba a hacer. Poco a poco lo hundí en su pecho. Sus ojos se abrieron grandes, blanquecinos y llorosos. Comenzó igual que ella, a jadear. ¡Ba! ¡Estúpidez más grande! ¡Como si el jadeo fuese a hacer que el cuchillo saliera de su pecho!
Cuando hube retirado el cuchillo y arrojado al suelo, me levanté del sofá. Lavé mis manos en el baño y volví con mi amada. Me recosté a su lado. Comencé a hablarle de lo felices que hubiésemos sido. La mucha o poca riqueza que teníamos la hubiésemos gastado o invertido en cualquier cosa. ¡Pero no! ¡Su maldita ambición o qué sé yo, su escasa falta de amor la orilló a engañarme con ese sujeto que múltiples veces entró a mi casa creyéndolo mi amigo! Pero ya no importa, ahora podrán estar juntos en el infierno. No quise besar sus inmundos labios, los cuales múltiples veces habían sido mojados por la saliva de aquél que yacía frente a nosotros, sangrante de su pecho. El olor a sangre comenzaba a surgir. Mas lo que lo mitigaba era un suave olor a rosas que provenía del cabello de la inmóvil dama. Al olerlo me vino a la memoria el jardín de nuestra casa. Por ende, ya no quise seguir mirándola. Era tiempo de despedirme. Toqué su mano como símbolo de lo que una vez fue. Su cuerpo me transmitió el frío que la estaba invadiendo. Sin embargo eso no importaba, pues ese frío se le quitaría en la hoguera que le tenía preparada.

ANDRÉS SARELLANO MTZ

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