Raúl Daniel

ALABANZA POR LA ORACIÓN (de mi libro “Entre Miles”)

  

ALABANZA POR LA ORACIÓN (de mi libro “Entre Miles”)

 

Hoy deseo alabarte

mi Dios, Señor y mi Rey,

por el don, tal vez más grande,

que es el don de la oración,

que repartiste a todos,

para que lo use quien te ame

y te tenga devoción.

 

Tú permites la oración

por el amor que nos tienes,

en ella Tú vas y vienes,

¡nos das comunicación!

 

Nos prometiste al dejarnos

otro Consolador,

y dijiste que aún mejor

era a que Tú estuvieses,

y no una, ¡varias veces

lo repetiste, Señor!

 

Ese Espíritu de amor,

que de pecado convence,

que a toda maldad vence

y nos llena de esperanza,

gozo, paz, benignidad,

paciencia con los demás

y también con uno mismo,

estableciendo un abismo

entre el bien y el mal;

pero colocando un puente

que es ¡el Señor Jesucristo!

para que pase, del hombre,

¡todo el que quiera pasar!

 

La oración es como un barco,

el Espíritu es el mar,

en el que navega al cielo

el alma que en Dios confía,

¡para con Él conversar!

Jacob fue, tal vez, primero

en eso de luchar contigo

y conseguirte vencer,

para obtener bendiciones;

y lo llamaste Israel,

declarándote su amigo;

lo mismo haces conmigo,

cuando con ferviente fe

en mi cuarto me arrodillo,

y te pido que me guardes,

que conmigo, siempre, estés.

 

Cuando con justicia ibas

a exterminar a tu pueblo,

te arrepentiste, y tu ira

pronto se apaciguó,

y para conseguir eso,

¿qué hizo Moisés...?: ¡Oró!

 

Al orar diste a Elías

fuego, que lo defendió

del que su vida quería:

¡La oración lo protegió!

 

Orar nos da fortaleza,

aunque estemos derrotados,

pues, sintiendo a Dios al lado:

¡quién no levanta cabeza!

Él nos adereza mesa

delante de nuestro enemigo;

nos unge y nos llena

¡de amor, de pan y de vino!

 

La oración es el alivio

para penas y dolores,

y se avivan los colores

de la vida que vivimos;

cuando a Cristo recibimos,

traspasando el santo velo,

y Él nos da su perdón,

¡también nos da la oración,

para remedio y consuelo!

 

Su palabra es sagrada,

y más para el que la entiende,

por ella a todos nos habla,

enseña y reconviene,

pero cuando le hablo orando:

yo le llamo ¡y Él me atiende!

 

Orar es lo que más quiero

hacer de todo lo que hago,

pues todo lo que más puedo

estoy con Él, y es orando

¡cuando más lo toco y veo!

 

Orando a Él, muchas veces

concedió mis peticiones,

hizo milagros por cientos

y siempre me bendijo;

una vez me dio un hijo

que le pedí en oración,

y otra, de la misma muerte,

¡a ese hijo salvó!

 

¿Cómo poder redondear

lo que esto significa...?

¿será que somos conscientes

de qué cosa es este don?

 

Si quiero hablar con un jefe

o tal vez un presidente,

deberé esperar audiencia,

¡si es que me dan la ocasión!

 

Aquí se trata de hablar

nada menos que con Dios,

¡Rey es de todos los reyes!,

¡Señor de todos, Señor!

pero cuando oro, Él me atiende,

con concentrada atención,

¿Podrá alguien superar

esta comunicación...?

 

Bendito ese don divino

que tenemos: ¡La oración!