Sara (Bar literario)

Al hombre que tiene mi nombre....

Ángel coronado de ternura.

Caminas conmigo, desde la sombra de mi mano, hasta el regazo en que sigo petrificada, como estatua de roble.

Acaricias mi sien. Y belleza congénita de vida, de dolor, de fiebre, en tus palmas. 

Aquellos recuerdos de sonrisa tibia. Holocausto, holocausto. 

Mi vida, tarde de pájaros, de un globo aterrizando en las estrellas. Que no logro tocar, aunque parezcan las cuevas en donde emigro de lágrimas, cada noche.

Oh, juventud vespertina. Te levantaste tarde, te arropaste tardíamente de primaveras. 

Oh, si alcanzara de nuevo mi mano en que depositaste mi beso. Si alcanzara a doblegar mi pecho, con la otrora ternura.

Entonces, bailaría sobrecogida en un paisaje de acuarelas. En un cuadro de colores que fueron las llamas de mis propias risas.

Dónde estabas tú, dónde.

por qué me balanceaste en tus brazos, cuando niña

y fui un lienzo escondido en la bruma, cuando crecía.

Por qué no alcanzo el siglo en que fui el vestido de flores, fui el pequeño zapato arropado entre tus piernas.

Crecí y me evaporé como luciérnaga en un mar de neones. 

Crecí y fui la hija de la poesía, la hija de un amor tatuado de hasta nunca.

Y ya no, nunca más, nunca más el recuerdo. 

Nunca más el embeleso por tus historias.

Nunca más el conejo cazando un colibrí en las noches.

Nunca más, nunca más.

Y sin embargo, para siempre, el mismo amor. 

El mismo amor, que es un ángel coronado de ternura, en la penumbra del sigilio.