Sara (Bar literario)

El murmullo

Quién juzgó de mí,
la ceja que se alza de frío
o la mano que se mueve
hacia su propio pecho
cuando ha caído un pobre niño.
Y la pequeña sonrisa,
que se cuelga,
después de ver sufrir a un desvalido.
No soy yo, no soy yo
musito en el rezo de la alcoba.

Y no seré yo,
la que se desnude
en la mancha decadente
de una purísima anhedonia
cuando acontezca
el principio del placer. Será ella
la pobre dama,
la devoradora de pupilas
la que se abre
y cae en ella,
la vanidad del hombre
convertida
en una lágrima
de blanca fortaleza
que se niega a apuñar
la mujer amada.

Y escucharán los ceniceros
los amarillos periódicos
consumirme
con la naturaleza anónima
de mis letras.
Nadie ha venido a este sitio
nadie ha esbozado
mi rostro entre sus dolores
nadie ha querido
decir con mi nostalgia
el nombre de sus amores.
Nadie se ha enjugado
con el llanto de mi bostezo
su propia decadencia.

Seré ese pequeñito
suspiro de horas de mesa,
esa perpetua clave
que se hace movimiento de fe
y de derrota.
Será un ronroneo
el vigor de mi tristeza
y estaré recostada
adivinando
manos buscando portafolios
o pequeñas arañas prendidas
en el objeto mínimo
que mueve y mueve
y mueve
mueve
el artefacto cotidiano
que nos lleva
de segundo a catarsis
a la trampa del sueño