kavanarudén

Letras al viento

  

 

 

 

El escritor, oteaba al horizonte, embelesado con la belleza que se produce al caer la tarde.

 

Las letras fluctuaban en el aire. Estiraba su mano y las cogía, las atrapaba, deseaba escribir una hermosa y única prosa poética.

 

El sol acariciaba su piel, besándolo tiernamente, mientras se despedía del día. Calaban poco a poco las tinieblas dándole paso a la elegante noche. Su noche, su maravillosa noche.

El aire jugaba con su pelo, aun oscuro y abundante. Susurrándole sus más íntimos secretos.

 

La musa lo poseía musitándole palabras, frases, mientras seguía recolectando sus adoradas letras, dando vida, forma a su inspiración.

 

Le pareció escuchar la voz del silencio; oler el color rojizo del ocaso mientras el astro rey se esfumaba; degustar el rumor del la brisa, sabor a humedad, a soledad, a quietud, a eternidad; ver los segundos, los minutos, las horas agotadas por su pasar constante; tocar los recuerdos que ondulaban en el cielo de su pensar sosegado.

 

Navegaban en el mar sereno de mente: amantes desesperados; corazones abandonados; despedidas tristes en un puerto o terminal lejano; creaturas fantásticas de bosques encantados; un niño solitario que llora en un rincón oscuro, triste y apartado; la mirada fría e inexpresiva de la muerte; el dolor indescriptible de la pérdida o de la traición; la maravilla y esplendor de la creación.

 

Su mano, cual fiel sirviente, plasmaba a través de la pluma, en hojas frágiles, amarillas por el tiempo, su vivir, su sufrir, sus sueños y esperanzas, fracasos y aciertos, su sentir. Escritos que tomaban vida propia y se alejaban, se perdían hacia lejanos parajes, buscando un par de ojos deseosos de abstraerse, de identificarse con ellos. Se convertían en agua fresca que sacia la sed hiriente, de cualquier ser viviente en lontananza, ayudándole a resistir la desolación o devolviéndole simplemente la esperanza.

 

Terminando de escribir se sintió satisfecho. Cansado restó bajo las estrellas.

La vía láctea que se convirtió mágicamente en su techo.

Reposando plácidamente sobre una alfombra, fresca y verde de versos convertida en suave y sutil lecho.

 

 

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